TRIBUNA

Basilio Álvarez, un cura “casi” díscolo

Asistentes a un mitin de Basilio Alvarez en 1914, en la comarca do Ribeiro
photo_camera Asistentes a un mitin de Basilio Alvarez en 1914, en la comarca do Ribeiro

Su figura no deja a nadie indiferente. En ocasiones, los liberales lo consideran un conservador; los conservadores, un agitador; y, sus propios compañeros de sacerdocio, un rebelde. Incluso, él mismo se autodefine como una sotana “casi” rebelde… Y, posiblemente tuviese razón. 

Todos, de alguna manera, somos fruto, como decía uno de nuestros filósofos más internacionales, en gran medida, de las circunstancias. El marco económico-social en el que nacemos, y el ideológico-cultural en el que nos movemos, forjan nuestra personalidad. En el caso de Basilio Álvarez, nunca mejor dicho. Su temperamento llevaba el sello de la fragua. Era hijo de un herrero. Luego, en el Seminario Conciliar de San Fernando de Ourense, al que muchos, con cariño, denominan “la Universidad de los pobres”, se pule, un poco, su carácter. Lo demás lo dispone su voluntad, diría Eysenck.

De lo que no cabe duda es de que, en su formación, está muy presente tanto León XIII, “el Papa Socialista”, denominado así por los más entusiastas, incluido el periódico liberal The Daily News, como Pascual Carrascosa, “el obispo de los obreros”, que presidía la diócesis de Ourense. Uno y otro, habían sido un viento fresco para algunos seminaristas, como Basilio Álvarez, que soñaban con cambiar el mundo. Bien es verdad que no todos pensaban lo mismo. En España, ironías de la vida, la jerarquía eclesiástica más reaccionaria, y los partidos de izquierda, por primera vez, coincidían. Unos decían que un papa liberal era una herejía; otros que la ideología antiliberal era la esencia de la iglesia. 

Sin embargo, el miedo al principio “Ecclesia libera in Statu libero”, el temor al avance del socialismo y, por qué no decirlo, también a la rebaja de la financiación que recibía por parte del Estado, hizo que, algunos círculos de la iglesia, no viesen con tan malos ojos la implicación del clero en la política. El primer libro de Basilio Álvarez "El cura rural" que ve la luz en 1904, dos años después de haber sido ordenado sacerdote, era un reflejo de que aquella semilla abonada por el humanismo cristiano, no había caído en roca.

Luego, ciertamente, tras pasar por Madrid, y, sobre todo por Santa Eulalia de Beiro, sus discursos se radicalizan. En la mayoría de las ocasiones, tanto en ellos como en sus escritos, se deja llevar por el Jesús de Nazaret, que revela el lado más humano. El que muestra su indiferencia con Judas o el que utiliza el látigo con los mercaderes. En el mitin del 8 de septiembre, en O Carballiño, de 1912, preparatorio de la IV Asamblea Regional Agraria que se celebraría en noviembre en Ribadavia, lo aclara: “No os extrañe ver a una sotana casi rebelde. Esta rebeldía la encontraréis en la Biblia”.

Es evidente, entonces, que pese a usar un tono crispante o un vocabulario, a veces, rancio, sus arengas son más una liberación, una válvula de escape, para los que escuchan, que una incitación a la insurrección. Sus palabras suenan a pólvora y a dinamita, como las de Jesús, sin embargo, al igual que él, no anima a la sublevación. Defiende la libertad del grito, pero tiene claro que el cambio no puede venir a través de la revolución como creía el socialismo científico o el anarquismo, porque para ésta, al igual que para “Saturno” sus propios hijos -los agrarios, en este caso-, son sus primeras víctimas. Cada uno de sus artículos en La Nueva Época, La Galerna, El Debate, El Heraldo de Galicia, El Heraldo Gallego, o La Zarpa, un periódico que, por cierto, lo dejó empeñado en 18.000 duros, es un dardo dirigido al cambio social; pero, desde la única vía posible… la política. 

Cura de Beiro

El Cura de Beiro, es un líder revestido del halo sagrado de su sotana. Atrae a la muchedumbre, la libera de la carga, con sus palabras, y, finalmente, la contiene. Este rol social lo sitúa en una posición idónea para negociar con el gobierno. Canalejas, por ejemplo, le promete influir en el sobreseimiento de la causa instruida contra Joaquín Prieto, cura de Campobecerros de Verín, que había sido procesado por injurias contra él. Luego, el Conde de Romanones, le asegura su excarcelación. 

Por el contrario, Eustaquio Ilundain, obispo de Ourense, nunca entendió su comportamiento. Lo consideraba inadecuado para el sacerdocio. Y, cuando el magistral de la catedral, desde el púlpito, defiende la posición del Prelado, Sara, hermana del Cura de Beiro, indignada, a sabiendas de que la decisión del obispo, a la hora de deshacerse de un baldaquino en mal estado en Oseira, había ocasionado, en su momento, más muertes que todas las supuestas revoluciones que había hecho su hermano, lo espera en la calle Hernán Cortés, y salta la noticia: “Canónigo abofeteado”.

Ante este tipo de situaciones, Basilio Álvarez se siente dolido. Y, más tarde, también decepcionado, no sólo porque ni siquiera la “ergástula” de agrarios le otorgue el voto en 1923, sino, sobre todo, por la poca confianza que los curas rurales tienen en él. Emulando la carta de Francisco I a su madre -Tout est perdu, fors l'honneur-, con aflicción dirá: “Lo habré perdido todo, salvo mi fe”. Y era verdad… En la II República fue una de las siete sotanas que ocupaban escaño en el Congreso. Allí, las propuestas que enérgicamente defiende, muestran, a las claras, que no había sido un cura, precisamente, rebelde en el sentido estricto de la palabra; sino más bien, como mucho, un sacerdote “casi” díscolo.

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