Tribuna | Casi 120 años de alumbrado público en Ribadavia

ribadavia_1928
photo_camera Foto Chao 1928. Trabajos en la instalación red telefónica y renovación en la eléctrica en Ribadavia.

Hoy ponemos el grito en el cielo cuando nos falta. Su ausencia nos causa, unas veces, desasosiego, otras, nerviosismo e, incluso, indefensión. Fue, sin ninguna duda, la gran fuente de energía del siglo XIX. Una centuria, igual de prolífica en adelantos, que en inventos desechados como antiguallas. Pero éste, no. A éste le sonreía el porvenir…

La Exposición de 1900 de París dejaba claro que el vapor era cosa del pasado. El futuro estaba en utilizar las aplicaciones de la electricidad en los distintos ámbitos de la vida. También en el sector del automóvil. En aquella Feria parisina, se exhibían coches eléctricos capaces de recorrer 178 km en menos de tres horas. El “Lohner-Porsche”, por ejemplo, diseñado por el joven ingeniero Ferdinad Porsche, se había llevado el premio de la Muestra a la innovación. Luego, la Gran Guerra hizo que se quedasen empantanados. Ni por asomo se pensaba que el 2040 pudiese ser el año de su resurrección.

Aun así, los avances que se producían en Bélgica y Alemania, hacían presagiar que la electricidad estaría al alcance de todos; y, por descontado, en el alumbrado público. El farol, a medida que languidecía el siglo XIX, iría dando paso a la bombilla, al igual que los faroleros de larga vara con candela irían siendo sustituidos por el interruptor.

En Ribadavia, la administración local, imbuida de un pensamiento ilustrado, se afanaba por fusionar tradición y progreso. Por eso ya en 1894, una comisión técnica había inspeccionado la presa y los Molinos de Ulloa para comprobar si era factible generar allí electricidad. Luego, en menos de un año, El Obrero informaba de que Francisco Conde Valvís, pionero en el transporte de la energía eléctrica, originario de Valverde (Allariz) y artífice del alumbrado de Ourense, estaba interesado en realizar la instalación de la electrificación pública de Ribadavia y de O Carballiño.

No era la única proposición que existía. Una empresa de Vigo, representada por el electricista Matías, se comprometía a tener iluminada la villa en tiempo récord. Incluso, varios industriales de la comarca proponían construir un salto de agua en el río Arnoya. El caso fue que, en diciembre de 1896 la instalación de luz eléctrica en la villa, era una realidad; lógicamente, en la esfera privada. Unos pocos vecinos la habían adquirido por un coste de 2,5 pesetas al mes.

Al año siguiente, el ayuntamiento plantea ampliar el servicio eléctrico. Pero fracasa. Culpa del malogro, al Marqués de Vaamonde. La Corporación, enojada, emite un comunicado en el que informaba que no podía asumir el pago de 30.000 pesetas, que exigía el senador ribadaviense, por un salto de agua que se hallaba en su propiedad.

Era inviable. En este momento, si bien las autoridades locales son las que con sus ordenanzas toman la iniciativa sobre este tipo de obras, a menudo, como en esta ocasión, se ven condicionados por obstáculos que ralentizaban sus proyectos. Tanto la ausencia de una legislación sobre la materia como la falta de financiación de los propios ayuntamientos, llevaba a que éstos se viesen obligados a subastar la explotación de un servicio que quedaba en manos de empresas privadas. Más aún, cuando la ley de 23 de marzo de 1900 regulaba, por ejemplo, la servidumbre obligatoria de paso de la red, y se minimizaban los problemas en el transporte de la corriente.

Precisamente en ese mismo año, la revista La Energía Eléctrica, recogía el anuncio que sacaba el Consistorio de la villa, para que los postores, particulares o empresas, que deseasen concurrir a la subasta para explotar el servicio del alumbrado público, pudiesen hacerlo el 2 de julio, bajo el tipo de 4.500 pesetas y por un período de 20 años. Se presentan a concurso tres candidaturas. José Gallego Rojo había pujado con 4.464 pesetas; Antonio Sestelo, con 4.250, y Ramón Moure Valdés con 3.498. En apenas dos meses, este último licitador, vecino de Leiro, y socio del ingeniero de minas Luís de la Peña obtenía  la concesión.

Las publicaciones de divulgación científica y técnica, editadas en la capital del Estado, publicaban que la central de electricidad de Ribadavia se encontraba en construcción, junto a otras en España, como la de Ayamonte, Moguer, Piedrahita, Antequera, Torrelodones o Jijona. Era una de las diez centrales hidráulicas que tenía en edificación la empresa madrileña Falcó, Peña y Cª. Por otra parte, la prensa de provincias hacía hincapié en que la Compañía de la Sociedad de Electricidad del Arnoya, de la que era vocal el industrial Ramón Moure Valdés, se encargaría del suministro eléctrico. La colaboración de ambas sociedades, invirtiendo una en fabrica y otra en redes, fue determinante, para que aquel proyecto tuviera éxito. El canal que se construía en el cauce del río Arnoya tenía 350 metros de longitud. Y sobre un salto de agua de 16 metros de altura se producía una caída de 2.500 litros de agua por segundo, que permitía generar energía para alimentar a 47.000 bujías.

En abril de 1902, aprovechando la fiesta cívico-religiosa de San Pedro mártir, se inauguraba el alumbrado público en Ribadavia. La empresa eléctrica Compañía de Electricidad del Arnoya dejaba para una segunda fase el traslado de esta energía a Leiro, a Celanova e, incluso, a otros pueblos del Miño. Irremediablemente el farol, con el paso del tiempo, tenía sus días contados.

Te puede interesar