Ourense no tempo

El final del túnel: 1922

Jóvenes ourensanas posan frente al Teatro Losada en el Ourense de los años 20. (Foto: Santiago Mosquera)
photo_camera Jóvenes ourensanas posan frente al Teatro Losada en el Ourense de los años 20. (Foto: Santiago Mosquera)
Quien nos iba a decir, que en pleno siglo XXI, la mejor defensa iba a ser “quedarse en casa”.

Lo mismo que a todos vosotros, mi corazón me dicta muchas cosas, a las que hoy no debo hacer caso; es momento de actuar con la cabeza, y eso requiere mucha paciencia. Hoy, en este artículo, no voy a hablar de otro momento si cabe más trágico en la historia, como fue la terrorífica gripe española de 1918. Con vuestro permiso, hoy voy a recordaros que a pesar de la tragedia y las ingentes bajas, fuimos capaces de superarlo y, en esta ocasión que los medios son infinitamente más, sin duda, resistiremos y ganaremos.

Como queda dicho, fue 1918 el año fatídico, por eso he dejado un margen prudencial para dar un vistazo a nuestra ciudad años después: nos vamos a 1922. Comenzaban lo que iban a ser los felices 20 en muchos países, y aunque en España no se puedan llamar exactamente así (sufríamos un claro retraso económico y social con respecto a otros países), nadie duda de que se vivieron unos momentos claves para marcar las bases económicas del país. Ourense, con una población ya mermada por la emigración, parecía que recibía la estocada final con los más de 15.000 fallecidos de ese año, pero no fue así. En aquel 1922 regia el Ayuntamiento un comerciante solvente y con reconocido prestigio entre la ciudadanía, don Alfonso Junquera (aún hoy su edificio sigue llamándose Casa Junquera a pesar de ser propiedad de Abanca, en los jardines de Bispo Cesáreo). Su empeño estaba en realizar mejoras que supusieran avances sanitarios; así fue como se continuó con la traída del agua, también la luz, se dio impulso a las obras del nuevo mercado que sacaría de las calles y plazas la venta de alimentos con escasas garantías y el nuevo matadero. Otras obras de interés fueron la del encauzamiento del Barbaña y el proyecto no desarrollado más que de manera testimonial de aprovechar las aguas de As Burgas para uso en las viviendas particulares.

Por desgracia, tampoco se aprovechó ese momento para desarrollar el tejido industrial de la provincia, y de nuevo fueron los almacenistas quienes capitanearon esa recuperación. Desde luego que muchos hicieron fortuna, otros no y perdieron su patrimonio, pero sin ellos no sabemos si... Benito Serantes, Ramón Alonso Merino, Francisco de las Cuevas, Valeriano Salva, los Eire, Tabarés, Manuel Seoane son algunos de estos nombres entre los que más de uno os suena porque ha conseguido mantener activa la empresa, ante todas la adversidades. Productos de alimentación, harinas, etc., eran los artículos que ellos se preocupaban de buscar por toda España y distribuir después en toda la provincia. Junto a ellos, y con similar estilo de negocio, estaban los mayoristas de textil, paquetería y calzado, de los que sin duda recordáis sus nombres. El propio alcalde Alfonso Junquera, Felipe Santiago (Paseo, al lado del antiguo Teatro Losada) y su hermano, Simeón García (Centro Marcos Valcárcel), Fermín García (Praza Maior, Sala AFundacion), José Román (Paseo, esquina Cardenal Quiroga, edificio Abanca)... para que os hagáis una idea de quiénes eran estos nombres, hoy en día los edificios de mejor factura que se conservan de aquella etapa fueron obra suya. 

Llegado a este punto, casi tendría que pedir disculpas a más de una familia ourensana, porque si que hubo algún esfuerzo industrial y sería injusto omitirlo, pero desde luego no era suficiente para levantar la provincia, aunque por esfuerzo no quedo. Me refiero a la fundición metalúrgica Malingre, un referente de la ciudad (pocas son las empresas que han dado tanto trabajo a los ourensanos). Cita obligada a don Secundino Couto Solla, quien con su almacén y fabrica de materiales de construcción facilitó el desarrollo de ese sector. El del mueble fue otro que apuntaba a futuro, pero no pudo ser, los Rodríguez, Novoa, Sánchez, Vázquez, Puga, dejaron su impronta y de muchos de ellos continúan en perfecto estado autenticas joyas en casas de la ciudad.

No penséis que en aquellos momentos tan duros Ourense era una ciudad triste. Cierto que no había exceso de oferta (nunca la hay...), pero las tardes noches en el Liceo se compaginaban con cafés en el Royalty o el Unión y alguna comida y buena conversación en el Hotel Roma. 

De estos años se recuerda la costumbre de dar vueltas en el Paseo, chicas en un sentido y chicos en otro, con objeto de encontrarse (casualmente) de frente y poder verse al menos; los que tenían confianza hasta se saludaban, lo de detenerse a charlar ya era...

Para rematar este recorrido por el 22, tres firmas que se mantiene en el recuerdo de todos los ourensanos, y yo como persona de alguna manera involucrada en el sector me enorgullezco de citar: las farmacias Bouzo, Fábrega y Román. Ya durante la pandemia habían dado muestras de sacrificio pasando interminables noches preparando los escasos “específicos” de los que se disponía. En este 1922, Bouzo principalmente desarrolló su laboratorio consiguiendo patentes que llegaron a distribución nacional, lástima que no se pudiera continuar.

Después de ese 22, como sabéis, la historia continuó y no os la voy a recordar pero, con vuestro permiso, creo que debemos replantearnos muchas cosas porque quizás no lo estuviéramos haciendo muy bien... Ánimo y fuerza que saldremos adelante.

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