Pedirá al fiscal que actúe contra el delegado por afirmar que el menor ingresó 48 veces en la UCI

El abuelo de M. acusa a Rogelio Martínez de romper un acuerdo del que da fe el endocrino

El ingreso del menor obeso en el centro de A Carballeira creó un espejismo que llevó a pensar que el caso no daba más de sí. El espejismo se diluyó en el aire, y el caso sigue muy vivo. El abuelo de M. acusó al delegado de la Xunta en Ourense, Rogelio Martínez, de avalar un acuerdo con la familia para después romperlo unilateralmente. El endocrino que ha estado evaluando la salud del menor aseguró ser testigo de cómo el delegado asumió tal compromiso, que pasaba porque el niño no ingresara en un centro.
Gregorio Montoya tomó la palabra y arremetió sin contemplaciones contra Rogelio Martínez, delegado territorial de la Xunta en Ourense. ‘Teníamos un acuerdo’, señaló, para que el menor no ingresase en un centro de menores. El entendimiento entre familia y Xunta, después de cuatro reuniones, pasaba por que los padres entregasen al niño, éste permaneciese dos horas en A Carballeira -’y siempre a mi lado’- para después ingresar en el CHOU. Una vez dado de alta, se incorporaría a casa de los abuelos, acudiendo a comer a un centro de día. ‘Dados los antecedentes, le pedí a Rogelio Martínez que me diera por escrito el acuerdo, a lo que contestó que daba su palabra de honor. ‘Mi palabra va a misa’, me dijo. Me levanté del sofá y nos dimos la mano sellando el convenio. Si su palabra va a misa, la mía de gitano también va a misa, le contesté’. Pero después de pasar varios días en el CHOU, el niño ingresó en A Carballeira. Y allí sigue.

Rogelio Martínez negó ayer que existiese algún acuerdo con la familia, alegando que un informe de la Xunta aconsejaba mantener al pequeño en el centro de menores. Pero a la voz del abuelo -que reconoció que había pensado en escaparse de España con el menor- se sumó la de Jesús Manuel Suárez, el endocrino que se ofreció a supervisar la salud del niño. Y dio fe ‘de que hubo un acuerdo, porque yo estaba presente cuando Rogelio aseguró que el niño no ingresaría e un centro’.

Frente a estos hechos, Gregorio Montoya pidió ‘el cese inmediato del delegado de la Xunta. Si le queda un poco de dignidad -añadió- no puede continuar un minuto más en su cargo quien ha faltado a su palabra y a su honor’. Caso de restarle dignidad ‘le pido también que acuda junto al fiscal jefe’ y le pida que ‘retire inmediatamente todas las acusaciones sobre mi hijo y su esposa’. Pero la familia no se conformaba con este ruego, y anunció que en breve, e irremisiblemente, ‘pondremos en conocimiento del Fiscal’ las declaraciones de Martínez en las que señalaba que M. había ingresado 48 veces en la UCI.

Llegados a este punto, y ante la desesperación de someterse a un régimen de visitas que sólo les permite ver a su nieto ‘una hora al día y acogerlo los fines de semana’, el abuelo dio un paso inexplorado hasta ahora: ‘El niño está en un centro de menores porque es gitano’. Para aferrarse a la esperanza, reclamó la mediación de un ‘órgano oficial’ como árbitro, sin concretar.

‘Tengo un chalé pequeño pero sabemos vivir’

Rogelio Martínez adujo la existencia de un informe de los técnicos de menores que señala que las condiciones en las que vive el abuelo ‘no reúnen los requisitos necesarios’ para posibilitar el acogimiento del niño. Además ‘el padre vive en la misma finca que el abuelo’. Conocidas estas declaraciones, el abuelo señaló que ‘mejor que con su padre y abuelos el niño no estᒠen ninguna otra parte y subrayó que su vivienda está en perfectas condiciones, por lo que pidió a la Administración ‘que no vaya diciendo tonterías’. Gregorio Montoya afirmó que su casa es ‘un chalé muy pequeño’ pero advirtió: ‘Me gusta la limpieza. Sabemos vivir, y estoy muy orgulloso de ser gitano porque doy una palabra y la cumplo’.

El endocrino, por otra parte, advirtió de que ‘no hay un solo criterio médico que justifique el ingreso actual del niño en un centro de menores’. M. tiene ‘la misma situación nutricional que le 20% de los jóvenes de su edad. Y a nadie se le pasa por la cabeza ingresarlos a todos en un centro de menores’. Superada la situación más grave, hace cinco años, ‘los hábitos del menor son mejores que los de la mayoría de niños’. Su ingreso ‘dificultará su evolución emocional’.



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