Es muy urgente equivocarse

A ver si la pifiamos bien El hombre tiene la innegable capacidad de equivocarse, esa es nuestra esperanza. Constatado el error de confiar que el zorro ruso le salvase la vida a las gallinas solo queda esperar quién y cuándo le hace pagar y le enseña el camino del infierno. Mientras, el daño es infinito y duradero. Durará lo que tenga que durar, ni un minuto más, perdón por la perogrullada. Sus consecuencias, evidentes ya, son más graves cada día, pero quizá debamos protegernos de los augures y los arúpices, a diario hurgando las entrañas de los animales para predecir qué será de nosotros. Hace dos años un virus nos metió en la madriguera, los fallecidos se contaban por millares en todo el mundo y todo parecía una morgue. Llevábamos guantes porque no había mascarillas. Las costureras dejaron los remiendos e hicieron tapabocas. Hablar de una cura para el coronavirus era ciencia ficción. Los militares “tomaron” las calles para fumigar. A los sanitarios, que siempre estuvieron ahí, les pusimos la bata de héroes. La economía hibernó con millones de trabajadores en casa subsidiados. Se pronosticó una crisis que duraría más de cinco años, una tasa de paro superior al 25%. Hoy la tasa de paro anda por debajo del 13%, los efectos económicos del virus se están mitigando, los ERTE funcionaron, el que no está vacunado es porque no ha querido y se habla ya de quitar la mascarilla en interiores. La factura ha sido astronómica, solo pensando en las víctimas y las secuelas emocionales de familias que ni se han podido despedir. El conflicto de Ucrania, en la epidermis mundial, concita los más negros presagios. Vamos camino, pero también valoremos nuestra capacidad de equivocarnos. Es urgente. Los hay mejores La humanidad que confía en quien nos acaba metiendo en guerras es parte de nuestro bifrontismo. La sinrazón que empuja los fines abyectos es el desagüe del ser humano. Pero el reverso de la moneda es esa comunidad científica internacional que hizo de mosquetero, todos para uno, uno para todos, creando una vacuna contra el virus. Es esa grandeza de los bienintencionados que reflejan su generosidad fletando furgonetas para sacar a los refugiados de la frontera del horror. Las imágenes a diario combinan la destrucción física de las ciudades con las miradas de gentes sin futuro, niños disciplinados que se organizan para meterse en el búnker cuando suenan las sirenas. Pero, cuando se desinfle el suflé de las emociones y las ganas de empuñar un arma para ir a por Putin mañana por la mañana, todo volverá a lo de antes. Decíamos que el virus nos haría mejores personas, que lo del “Resisitiré” del Dúo Dinámico llevaría el Princesa de Asturias de las Letras. Creo que ahí también nos equivocamos: la buena gente y los cabrones siguen y seguirán en su sitio. Está bien tenerles identificados. Fecha de consumo o de caducidad La sociedad líquida, que definió Bauman, sí nos debilita y la rapidez de los acontecimientos nos hace vivir en mundos efímeros. Los medios contribuimos a poner una marcha más haciendo de la sociedad una medusa, transparente y traslúcida, pero irritable. En agosto del 2021 el mundo occidental se mortificaba porque Estados Unidos se había ido de Afganistán mientras las conciencias se sacudían a la velocidad que se ponían las mujeres el burka. En septiembre Feijoo animaba a Casado para “mandar a Sánchez donde mandamos a Iglesias” y hoy aquel líder del PP ya puede jubilarse en Benidorm. En septiembre también comenzamos a vivir el día a día de las angustias de los palmeros por el volcán de Cumbre Vieja y hoy esa es ya una solidaridad retro. La economía española va camino de la UCI, decían hasta hace nada los analistas de guardia y sus achaques tiene, pero ni tan mal. El mundo pareció pararse en febrero porque en Castilla y León votaron y hoy el resultado ya solo es un problema para Feijoo. A mediados del mes pasado agotamos los clínex lamentando la tragedia del pesquero Villa de Pintanxo, todo el mundo iba a comprar pescado y miraba la pieza como santiguándose en señal de solidaridad, pero ahí quedan los deudos de los marineros buscando el consuelo que no llega. Aproveche para vivir intensamente el morbo de esta desgracia porque en las cocinas están hirviendo ya nuevos infortunios. Al poner la lupa EL MIEDO TAMBIÉN SE VENDE EN EL SÚPER El supermercado es más fiable que el Instituto Nacional de Estadística, aunque menos que el CIS de Tezanos, claro. Mide el estado de una sociedad. Se acaba el aceite de girasol, síntoma de que las importaciones de Ucrania se han cortado. Se reponen a gran velocidad las estanterías de los básicos y la marca blanca vuelve a ser la reina de la cesta de la compra. El miedo al desabastecimiento, tan entendible como improbable, entra al primer revés. Cualquier día el Madrid queda eliminado y la turbamulta se lleva del Gadis hasta el cartel del vivamos como galegos. Hace dos años, con el covid, voló de los supermercados el papel higiénico, lo que aún mantiene estupefactos a los sociólogos. Proliferan imágenes de los centros de alimentación con estanterías arrasadas, provocando un efecto arrastre, haciéndole creer al que no tiene veinte paquetes de arroz en la despensa que es un insensato. El miedo es un síntoma de que quien provocó la guerra la está ganando. El portafotos Natalia González Beneitez (Viana do Bolo, 1982) es concejala del PSOE en la capital y, por retirada del adversario José Rúas, toma las riendas del partido en la ciudad. En la página oficial del Concello de Ourense se dice que la nueva lideresa socialista es “mestra de vocación, estudiosa da lingua inglesa e a súa cultura”. Profesionalmente destaca “ampla experiencia na administración local desde a súa vertente máis política”. Y, para concluir, “nos últimos 12 anos foi secretaria do Alcalde de Ourense e asesora política do Grupo Municipal Socialista no Concello”. Quienes la conocen destacan sus cualidades políticas, que es tanto como decir sus ambiciones por hacerse destacar, que rima con mandar y con gobernar. Después de un delirante proceso interno que posiblemente no interese a nadie salvo a sus contendientes, Natalia se aviene a tratar de tú a tú a Rafael Rodríguez Villarino, su “compañeiro” en el partido y orgánicamente jefe, tanto en las siglas como en el grupo municipal. Por lo tanto, sobre todo son rivales, incluso enemigos con derecho a duelo sin sangre. Ingente el trabajo que le queda a la animosa jefa del PSOE capitalino a la que también mañana parte de quienes la apoyaron le recordarán qué hay de lo mío.