Deambulando

Guateques de los 60 con Murias, Posada, Noguerol...

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Los discos de Posada eran la novedad en aquellos tocadiscos alquilados a Radio Pérez para unos guateques en los que no faltaba ni la chocolatada ni los caps de frutas

En plena acera me detengo durante casi una hora de imparable conversación con Santi Murias en la que tanto decimos como escuchamos, aunque siempre haya una cierta inclinación más por lo que uno comunica que por lo que recibe. Así que imparables ambos y por más tiempo si de él dispusiésemos, aunque a pie firme estuviésemos. Santi, en la juventud, de los fijos en aquellos guateques de los 60 en los que aparecía Pepe Posada con sus novedades rockeras traídas de sus estancias en Estados Unidos donde perfeccionaba su inglés por los veranos que le dejaba libre la Escuela de Peritos Industriales de Vigo. Los discos de Posada eran la novedad en aquellos tocadiscos alquilados a Radio Pérez para unos guateques en los que no faltaba ni la chocolatada ni los caps de frutas; donde José Manuel Noguerol tenía su tirón y era como imán para que las chicas concurrieran por su acreditado aval ante las madres. Con Santi recordamos todo eso y cómo pagábamos por víveres y alquiler de tocadiscos 5 pesetas y las chicas exentas. En aquel contexto no se estimaba eso como machismo pagador de presencias. También recuerdo de Santi sus acrobáticas paradas allá por las márgenes del Miño en Oira o Ribela en las que desafío era meterle un gol; casi siempre ganaba él, tanto que por esa habilidad intentaría hacerse camino en el fútbol, si no fuese que, un acaso oportuno tirón de orejas de su padre le recondujese por la senda del universitario estudio allá por los Madriles donde funcionaba la Escuela de Ingenieros Agrónomos. Más adelante nos metimos en el mundillo tenístico y sus famosos, digamos, duelos en las pistas del Sto. Domingo con Alberto García, Deuce en este mundillo, así conocido porque había importado la palabreja que desconocíamos cuando se llega a iguales en cada juego y que se pronuncia yus. Esta conversa con Santi daría para tanto por ser amigo de siempre; pueden pasar años sin que la amistad se deteriore, a pesar de haberle birlado, por tiempo determinado, un trenecillo de cuerda del que memoria no tiene, pero sí yo, cuando ambos aún infantes nos recreábamos por el Posío. Me parece que el hurto desaparecido cuando colocada, de donde distraída, la miniatura de lata de una máquina de vapor con cuerda que tentación daba de sisarla cuando él la dejaba, olvidadizo, en cualquier lugar. Santi baja con frecuencia de la aldea, como llama a Esgos, a la ciudad. El pasado año reunió a muchos Murias en Xares, solar de antepasados, a los pies de las Trevincas. Su radicación le viene de un abuelo que salió de sus tierras del Xares para hacerse maestro, ejerciendo en Esgos con internado y todo, en aquellos tiempos de la letra con sangre entra, pudiera pensarse; hombre por demás de tal disciplina que fugándosele un alumno interno iría a buscarlo en su caballería a la mismísima Luíntra. Algunos dicen que lo trajo atado tras su caballo, al modo del vaquero Oeste, o eso circulaba por el pueblo, que, como tantos, dados a la exageración. Sus vecinos le han dedicado una placa por sus enseñanzas. Como por esta vinculación, hallarás unos cuantos Murias de residencia allí, antes de llegar a Alto do Couso.

Recordamos al padre de Santi, Santiago Murias Cantón, integrante de la “Peña de los Sabios”, del Café Roma, como a un tío de Santi, de seria apariencia y actos, pero también con ese sentido del humor de los Murias, llamado Senén, que había sido delegado de Fenosa y antes de la Sociedad General Gallega de Electricidad, en Ourense, además de accionista y consejero de La Región; luego, radicado en Santiago con alto cargo en la compañía. De Senén recuerdo cuando niño de salida con él, mi padre y un voluntarioso chófer en horas libres que era el vecino Emilio Lemos, hombre de confianza de Senén Murias y prestigioso electricista de Fenosa. Nos cogía en el coche e íbamos los domingos de visita ya al embalse do Mao, ya al de la Edrada, ya al de As Conchas, ya al de Peares bajando a las salas de máquinas donde rugían las turbinas y visitando, a posteriori, lo que de monumentalidad del entorno. Fueron unos viajes inolvidables que yo aguardaba como agua de mayo, porque era por este mes y acaso alguno anterior que se hacían estas salidas. No logro recordar si más atraído por subirme a aquellos Ford o Citroën que por ver presas o monumentos, o solazarnos con la campestre comida en cesta de mimbre contenida, la cual se le entregaba a Emilio Lemos para que ejerciese a modo de camarero bajo la umbría de cualquier árbol donde se hacía acomodo. Es que estos señores no perdían el tiempo en cualquier tabernáculo o mesón y menos en partida de naipes o dominó.

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