La huelga general de 1917 paraliza la ciudad

Foto Chao 1932. Manifestación republicana en la Plaza de San Juan Ribadavia.
photo_camera Foto Chao 1932. Manifestación republicana en la Plaza de San Juan Ribadavia.

Claro que el país sufría un problema de subsistencias. Es un hecho. Consecuentemente, la poca oferta de productos básicos disparaba los precios al alza. Parecía que nunca iban a alcanzar techo. En dos años, se habían incrementado entre un 20% y un 30%. La barra de pan, por ejemplo, en Ourense, había subido de 40 a 60 céntimos. 

No cabe duda de que la I Guerra Mundial, primero, y la Revolución Bolchevique después, habían trastornado el orden económico. Pero, no es menos cierto que el Sistema de la Restauración agonizaba. La huelga, al final, era la única vía de salida a la que se podían agarrar los trabajadores para mejorar sus condiciones. La propia Sofía Casanova, tras su experiencia como corresponsal de guerra, comentaba que la oleada de huelgas que se había producido en Moscú, había llegado, incluso, a los cementerios. Los enterradores, a pesar de las macabras escenas de dolor que soportaban las familias de los insepultos, sólo cedían cuando lograban incrementar los salarios, y, no enterrar, ni domingos ni festivos.

Era un aviso para navegantes. En España, el paro general del 18 de diciembre de 1916 también había tenido un aire económico. Sin embargo, el que se preparaba para agosto del año siguiente, pese a que el Comité ejecutivo organizador, ante la justicia, se empeñaba en decir que era, exclusivamente, solidario, estaba impregnado  a todas luces  de un profundo carácter revolucionario. La nave del Estado sufría los bandazos del más deshecho temporal, con riesgo de naufragio. Nadie, estaba exento de responsabilidad, ni siquiera los empresarios. La tozudez de empresas, como la Compañía de Caminos de Hierro del Norte, que se empeñó en expulsar a 36 huelguistas, entre otras causas, fue el pretexto perfecto para paralizar el país. Y si bien, los altercados, ocurridos entre el 13 y el 20 de agosto de 1917 tuvieron una mayor incidencia en las grandes ciudades, aquí en Ourense, la huelga dejó por igual impresa su huella.

Cuando desde el centro de las Sociedades obreras de la ciudad de las Burgas, situado en la plazuela del Cid -actual plaza de Eironciño dos Cabaleiros-, se secunda el paro, por tiempo indefinido, el gobernador, Carlos Casas Medraño, da orden a las fuerzas de seguridad para que protejan tanto los lugares emblemáticos como los estratégicos. Todos, desde el presidente de los tipógrafos, Froilán Fernández, hasta el presidente de la sociedad de camareros, Ángel Méndez, habían votado interrumpir la actividad y cerrar las puertas al público. Se excluían las tahonas, y la plaza de abastos para evitar la compra compulsiva de productos de primera necesidad, y, por lo tanto, el desabastecimiento. Por lo demás, ni los trenes de pasajeros, ni los de mercancías circularon con regularidad, a pesar de que, desde Gobernación, se había previsto que personal del ejército ocupase las oficinas para mantener, al menos, los servicios mínimos. 

La nota divertida, en la provincia, la protagonizó un grupo de jóvenes de Francelos, que en Ribadavia, proclamó la República, tocando las campanas de una de las iglesias de la villa. El incidente no le hizo tanta gracia a las autoridades que se propusieron perseguir por sedición a los promotores de la huelga en la villa. Dos de ellos, el periodista Antonio Buján y el presidente de la Federación Agraria de Ourense, José López Requejo se vieron obligados a huir con lo puesto, precipitadamente, hacia Portugal. Allí, en el país vecino, Buján quedaba a la espera de que su amante, la artista barcelonesa de varietés, Angelita Ero Ruvira, le hiciese llegar una documentación comprometida, relacionada con la huelga ferroviaria, que había dejado en su escapada. Sin embargo, la Guardia Civil frustra el encuentro. Detiene a la joven artista de 24 años, en Arbo y se apodera de la información.  

Ciertamente, las autoridades provinciales, habían tratado de atajar, desde el principio, este tipo de sucesos. Ya, el lunes, 13 de agosto, la junta de personalidades de Ourense presidida por el gobernador, acordaba declarar como medida preventiva y excepcional, en la provincia, el Estado de Guerra. Se ponía al mando el gobernador militar, Benedicto Ruiz. Al día siguiente, el desconcierto parecía amainar. Máxime, cuando la autoridad militar decretaba la incorporación al Regimiento Infantería Zamora de los que estaban en situación de licencia temporal. Con todo, una explosión, a las diez de la noche en la Casa Comercial Simón García, presagió lo peor. Delante del edificio estaban unas planchas de hierro que permitían salvar el desnivel que había y pasar los carros de carga y descarga. Debajo de ellas, accidentalmente, se produjo el estallido que pudo producir una catástrofe. Había sido una falsa alarma. Aun así, la tragedia estaba por llegar. El sábado, por la mañana, cuando la huelga tocaba a su fin, la benemérita sorprendía, cerca de Ourense, a un grupo de personas en una reunión clandestina. Tratando de apresar a sus miembros resultaba muerto el joven hojalatero de 23 años, Adolfo Pérez, apodado “Simón”. En el instante de su muerte, llevaba en la mano una novela, protagonizada por Racambole, un héroe literario creado por el escritor francés Pierre Alexis Ponson. Tras la fatalidad, sus compañeros se pusieron en manos de la justicia. 

Desde la primera detención, el lunes, del telegrafista Luis Pérez, hasta el sábado, cuando se detenía, entre otros, a José Villarino, factor de ferrocarril, se pone a disposición de seis jueces oficiales militares, para que sean juzgados por sedición, en Ourense, a una treintena de huelguistas. Muy pronto, los sindicatos convocantes de la huelga, la UGT y la CNT, iniciaban una campaña de mítines en favor de la amnistía. El propio centro de las Sociedades obreras de Ourense, contaba con la presencia del letrado de la Federación obrera, llegado de Madrid, Eduardo Barriobero quien, tras el mitin, le hacía entrega, al gobernador civil, de una petición de puesta en libertad de los ourensanos detenidos por los sucesos de agosto. Y, si bien, la ley de amnistía para los presos políticos y sociales no se aprobó hasta mayo de 1918, durante ese tiempo, los partidos republicanos estuvieron abonando el terreno para que, en poco más de una década, la simiente diese sus frutos. Muchos de aquellos activistas fueron los auténticos artífices de la II República.

Te puede interesar