Josefa, la serena emoción al recordar 101 años de vida

Josefa Rodríguez acaba de llegar de la peluquería, se ha pintado los labios y se ha puesto sus pendientes de perlas. Está radiante; nadie diría que cumple 101 años. La figura estilizada, mucha memoria y el apoyo de un colorido bastón para dar sus largos paseos por Ourense con sus amigas de la Residencia Alameda. Allí, hoy es la protagonista de la fiesta. La luz del mediodía entra por los grandes ventanales del salón, adornado con globos y los números dorados de su cumpleaños. Y entonces, sentada en una butaca verde, empieza a recordar su vida con la serena emoción de quien ha trabajado demasiado y ha sobrevivido a sus seis hermanos. “Nací el 26 de mayo de 1921 en la aldea de Lampazas, en Esgos. Mi padre nos hizo, se marchó a América y ya no volvió. Así que mi madre, María, tuvo que trabajar mucho: vendía pescado, trabajaba de asistenta y hasta echó chapapote en la carretera”, rememora. En los días de lluvia de su infancia, el camino al colegio se inundaba, pero siempre aparecía una vecina, la señora Rosa, con una olla de comida. “A los once años empecé a coser y a los catorce dejé la escuela. Recuerdo que llevaba la máquina de coser sobre la cabeza”, explica, interrumpida por los besos y felicitaciones de los 28 ancianos con los que comparte residencia. En aquella época, vivía en una buhardilla de Santo Domingo, y ahora, en los días de sol, le encanta pasear por allí con su amiga Ana, para evocar los viejos tiempos. “Tuve varios novios y, como decía mi madre, dejé a los guapos y me quedé con el feo. Conocí a Sergio, me escribía cartas desde la guerra y me casé con él. Estuvimos 61 años juntos; así que salió bien”, sonríe. Josefa hacía ropa para niños y arreglos de costura, pero no le gustaba coser pantalones, así que tenía siempre dos o tres chicas aprendices. Su marido se hizo policía armada y ella cosía todo el día, pero no cotizaba, como la mayoría de mujeres en aquella época. “He trabajado todo lo que se podía trabajar. Ahora estoy feliz porque no hago nada, solo como, duermo y voy de paseo. Me gusta pintarme los labios porque los tengo muy bonitos”, bromea, aunque reconoce que es muy presumida. Se acerca la hora de comer. Es una sorpresa, pero le tienen preparado un ramo de flores y un menú de fiesta: pimientos del piquillo rellenos, cordero asado y tarta. A Josefa le gusta comer de todo. “Cuando era niña, comíamos fruta, patatas, habas y papas de millo, y ahora de todo, incluidos los dulces”, reconoce esta centenaria que solo toma dos pastillas diarias, una para dormir y otra para la tensión. A Josefa le gusta visitar a los suyos en los cementerios de Esgos y Velle, aunque se queja de que ahora no tiene a nadie que la acompañe hasta allí. A las seis y media de la tarde, su sobrina la llevará a la cafetería Alameda para darle su regalo de cumpleaños, aunque Josefa no lo sabe. Dice que sus primos siempre le piden que vaya a visitarlos a Valencia y ella les contesta: “sí, vou, calquera día destos vou”.