Más de 90 mujeres al año piden ayuda para dejar la prostitución en Ourense

Hay más de 343 mujeres que se dedican a la prostitución en la provincia de Ourense y que, durante el último año buscaron apoyo en una entidad social. De ellas, un total de 90 trataron de cambiar de vida. La práctica totalidad de las personas que ejercen el trabajo sexual viven en situación de pobreza, en la vulnerabilidad más absoluta. No están en la calle, en un club de alterne o en pisos controlados por elección propia sino, como señala Mary Carmen Alonso del programa Alumar de Cáritas, “para tratar de salir de una vida precaria”. Este grupo existe para ayudar a estas mujeres u orientarlas hacia un futuro digno. Una tarea que en ocasiones resulta compleja por los trámites o la dificultad para realizar con éxito una inserción laboral. “En su mayoría son mujeres extranjeras. A lo largo de la primera década de los 2000 confluyeron numerosas nacionalidades y a su vez varios delitos. Aunque la prostitución no es delictiva en España, sí lo es la trata y la captación en el extranjero”, explica Alonso. De esta forma, entran en juego factores como la pobreza u otros medios de manipulación: “Se aprovechan de que en sus países de origen no existe la misma red asistencial sanitaria, ni educativa, ni el mismo nivel económico o de libertad. Se aprovecha que las mujeres quieren mejorar sus condiciones de vida”, indica. Cómo salir En muchas ocasiones las prostitutas están en situación de irregularidad, no tienen otro trabajo y corren el riesgo de expulsión. Desde Alumar, señalan que existe ayuda para ellas “solicitando un apoyo en su proyecto migratorio, salvo en realidades como las de Ucrania o Siria, siempre hay opciones pidiendo ayuda”, señala. Hasta los años 2000, la prostitución se ejercía mayoritariamente en los clubs de alterne o en la calle. A principios de siglo, sin embargo, el trabajo sexual se mudó a los pisos. “Fue una manera de evadir, de forma muy ordenada, los controles fiscales, de extranjería, laborales o toda una serie de medidas que la Administración puso en marcha para evitar que las mujeres que son coaccionadas pudieran salir de las redes de influencia del delito de trata”, explica la coordinadora. “Miento a mi hijo sobre el trabajo para que no sepa que me prostituyo” Priscilla (nombre ficticio para proteger su identidad) ejerce la prostitución en Ourense desde hace dos años. Llegó a España desde Venezuela hace ya 13 años y, aunque al principio tuvo otras ocupaciones laborales, estaba casada y no tenía problemas de solvencia, su divorcio, una dolencia en la cadera y la crisis le pasaron factura y acabó quedándose sin opciones. Además, trajo a sus hijos hace un lustro porque la política de su país tornó la vida hostil. “Vine porque tenía muchas ganas de conseguir un trabajo y vivir mejor que en mi país”, explica. Ahora acepta clientes por libre pero señala que “aún busco otro empleo porque esta profesión no es un seguro de vida, no puedo pasarme toda la vida dedicándome a esto”. Al ir por su cuenta, Priscilla se expone a lo que pueda pasar. “Cada vez paso miedo, siempre tengo el temor de que un cliente se ponga agresivo, que vengan bebidos o colocados. Por ahora tuve suerte”, lamenta. Uno de los hándicaps con los que se encuentra cada vez que acepta a un cliente es la conciliación familiar: “Miento a mis hijos y les digo que voy a cuidar a una persona mayor, no saben ni quiero que se enteren de que me dedico a esto”, relata. Además, quiso pedir la ayuda Risga, pero no se la dieron porque sus descendientes tienen trabajo. “Ayudan con lo que pueden y no es suficiente, tengo que trabajar de esto para hacer frente a los gastos”, lamenta.