El célebre profesor italiano Augusto Lezzie creó las escuelas de circo de Ourense y Colombia

‘Mesié’ aportó el genio artístico... y el otro

En el mundo interior de Benposta hubo personajes anónimos que, sin embargo, también resultan imprescindibles a la hora de entender lo que fue y significó esa iniciativa. Los sueldos eran escasos y las condiciones, difíciles, lo cual favorecía la presencia de personajes singulares con sus propias historias a cuestas. A veces, significaban un segundo espectáculo.
El Circo de los Muchachos y la gasolinera fueron motores de Benposta. La segunda proporcionaba ingresos para las siempre exhaustas y desconocidas cuentas de la organización. Cuando ya todo es historia -eso parece, después de que la Justicia y las instituciones hayan mirado descaradamente hacia otro lado y todavía sigan haciéndolo-, hubo gentes anónimas que, sin embargo, constituyeron la columna vertebral de una idea en la que creyeron. De la mayoría no queda ni rastro, aunque algunos eran verdaderos personajes, a los que los avatares de la vida o la casualidad dejaron caer en Ourense.

Augusto Lezzie Mesié. Si hay algún acreedor de honores en el Circo de Los Muchachos, él está como cabeza de lista. Aún hoy, muchos años después de su muerte (1986), cuando quienes le conocieron pronuncian el nombre de Mesié lo hacen con el máximo respeto y reconocimiento al genio. Italiano de origen, fue contratado en 1964 procedente de un circo al que se le habían escapado los leones. Era un bohemio con mala leche, pero sobre todo, con gran corazón. Creó todos los números del circo, así como las escuelas, tanto de Ourense como de Colombia. Está considerado como el gran fundador. Nunca cotizó a la Seguridad Social. Está enterrado en Seixalbo.

De esa época eran Diego, un catalán que fue el primer jefe de la orquesta o José María, profesor de rulos que se incorporó como artista y se quedó luego como preparador. Llegó con Mesié.

Jorge Pla Curro. Fue cuidador de caballos, panadero, peón de albañil y masajista a la vieja usanza (llevaba maletín de primeros auxilios y toalla, pero sabía lo mismo de lesiones que de equinos). Simpático y buena persona, murió solo y olvidado, salvo de algunos viejos benposteños. Recibió sepultura en Seixalbo.

Antonio Ayala. Enfermero aficionado. Natural de Bilbao se incorporó al circo en esa ciudad en un momento de crisis familiar, aunque en su currículum figuraba con experiencia como payaso. Culto y educado, hizo COU cuando ya había rebasado la barrera de los cincuenta. Murió a consecuencia de una caída por las escaleras, después de varios días sin recibir atención. Sus restos también permanecen en el cementerio de Seixalbo.

Antono Maia. Electricista, cuando la situación personal se lo permitía, que viajaba en las tournee del circo. De origen portugués y aspecto reservado, era gran aficionado al brandy, tanto que acababa conversando con los perros que salían a su encuentro (Ayala lo hacía frente a un botellín de cerveza) o contestaba al receptor de radio por las noches. Conducía una Mobylette y luego un Renault 4 (Cuatro Latas) con el que se metía en problemas e incluso una vez acabó embistiendo a un grupo de gente, aunque sin consecuencias graves. Los responsables de Benposta inutilizaron el motor del vehículo a sus espaldas, forzándole a desplazarse a pie.

Celso Touriño. Zapatero, poeta y cuentacuentos. Profesionalmente estaba considerado como un virtuoso recosiendo las costuras de los balones de cuero que hace casi medio siglo utilizaban C.D. Ourense y el pabellón de Os Remedios. Esa habilidad la trasladó a la confección de zapatillas y material usado en el circo. Sus hijos se criaron en Benposta, de la que están desvinculados, como él mismo, ya jubilado. Mantuvo una larga relación de amor-odio con el fundador.

’Que me quiten lo bailado’

Manel. Jefe de montadores del que nadie recuerda su apellido, pero sí que había sido ex militar portugués veterano de la guerra de Angola. Persona de carácter difícil, tenía una relación imposible con los musulmanes. Tenía a su cargo un equipo de 15 chóferes que conducían otros tantos camiones, así como los montadores.

Julio y Dosinda. Alfarero, pintor de cerámica y filósofo popular, él; ella, una viuda que encontró al segundo amor de su vida. De gira, Julio se ocupaba de asuntos varios y su mujer de la lavandería, aunque ninguno supo justificar el cargamento de aguardiente y jamón que les descubrieron en una aduana. En los albores de los ochenta, un coche segó la vida de ella en Seixalbo y él resultó malherido. Ya recuperado, recibió unos cuantos millones de pesetas de la época. Le duraron seis meses a base de sufragar generosas noches de amor de las que luego no recordaba nada. Antes de volver a la miseria, un amigo le vaticinaba el porvenir. ‘Luego volverás a pedirme y sólo podré darte 500 pesetas y no los miles que gastas cada noche. ¿Qué dirás entonces?’, sentenciaba, con gesto adusto, a lo que Julio, impertérrito respondía: ‘Que me quiten lo bailado’, como si tuviese un presentimiento. Semanas después de alcanzada la ruina, murió al despeñarse un camión del circo por el alto do Paraño.

Evaristo Cid. Chófer. Fue otra de las caras familiares de Bemposta, a la que llegó con las primeras obras en la finca, de la mano de Pepe de Lage y José Luis Aranda. Dotado de sentido del humor, llamaba Colacao al dinero. Se encargaba de cargar la arena para los trabajos y de pelear con los proveedores. En este sentido hizo fortuna una frase suya: ‘Se non hai Colacao, non hai area’.

José de Lage. Aparejador y bohemio, fue el director de toda la obra civil de Bemposta.

José Luis Aranda. Fue uno de los fundadores. Abogado, autor de los estatutos, teórico de la organización y profesor en alguna época. Luego se desvinculó parcialmente de Bemposta, aunque siempre mantuvo amistad con Jesús Silva y su simpatía hacia Bemposta.


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