Murió Manolo Rey, leyenda del periodismo de sucesos

Manolo Rodríguez Rey, en una imagen de 2008. (Foto: JOSÉ PAZ)
El periodismo ourensano perdió en pocas fechas a dos de sus referentes en la segunda mitad del siglo pasado.
Ayer falleció a los 88 años de edad Manolo Rey, legendario redactor de sucesos de La Región; lo hizo apenas unas semanas después de Enrique Reza, recordado fotógrafo que inmortalizó como nadie la actualidad a lo largo de su dilatada trayectoria profesional. La proximidad de la desaparición de ambos en el tiempo, como si uno fuese siguiendo la senda del otro, nos hace retrotraer a los tiempos del ejercicio periodístico de ambos, pareja profesional de hecho en tantos y tantos acontecimientos. Queridos los dos en el periódico y en la profesión, Rey y Reza -Reciña le apelaba cariñosamente Manolo-, vivieron juntos los grandes acontecimientos de la crónica negra registrados en la provincia de Ourense durante décadas.

Manuel Rodríguez Rey, perteneciente a una familia de Graíces, en el Concello de A Peroxa, nació, sin embargo, en Cuba, donde sus padres eran emigrantes. El gran parecido con su hermano gemelo Pedro, veterinario, hacía que con frecuencia les confundiesen amigos y conocidos por la calle, para diversión de ambos.

De formas y afabilidad exquisitas, Manolo Rey amó el periodismo como sólo pueden hacerlo quienes lo viven a tope. Nunca regateó esfuerzos ni horarios para desplazarse a cubrir un suceso en el lugar más recóndito de la provincia. De su pluma salió el relato de los grandes acontecimientos de la crónica negra hasta finales de los años ochenta, cuando se jubiló. Eran tiempos aquellos en los que los adelantos técnicos estaban por llegar y el teléfono móvil o el ordenador portátil -y hasta el de mesa- no pasaban de ser pura ciencia ficción. De tal suerte que, al regreso, se ponía a redactar su crónica. Era un instante mágico, que acabó por alcanzar celebridad en la Redacción: en vez de folios, recurría a restos de rollos de teletipo, que introducía en la Olivetti, de forma que conforme escribía iba cayendo -si se trataba de un gran acontecimiento- hasta arrastrar por el suelo. Cuando alguien le hacía notar con asombro la extensión de la historia, solía levantar la cabeza por encima de las gafas y por toda respuesta ofrecía una cándida sonrisa de niño satisfecho que alcanza una nueva habilidad.

Si la sonrisa le definía, también el carácter circunspecto cuando acudía a Comisaría con motivo de una operación policial. El rostro enigmático y la frecuencia con que lo veían hacía que algunos delincuentes creyesen que era inspector.

Uno de sus momentos de disfrute se lo proporcionaba la burla a los agentes, celosos de la trascendencia de alguna información. En los ochenta se pusieron de moda los escáneres y el periódico puso uno a su disposición. Era uno de sus juguetes preferidos, con el que interfería la frecuencia en la que operaban las fuerzas de seguridad y emergencia.

Cuando se produjo el incendio que acabó con la famosa discoteca de O Cumial -hoy hotel-, Manolo y Reza llegaron antes que policías y bomberos. Los comisarios Crestelo y Vila, jefe y subjefe de la Comisaría, respectivamente, se hacían cruces en el lugar de los hechos, rastreando el protocolo de avisos para descubrir al soplón. Como el proceso era tan restringido y confidencial, concluyeron que tenía que haber sido el gobernador civil. Allí y muchas otras veces después, uno y otro le inquerían mitad en broma, mitad en serio, sobre el nombre del confidente. Sin decir palabra, Rey se limitaba a mostrar aquella sonrisa, tras la que se adivinaba sin esfuerzo cómo disfrutaba aquellos momentos.

La capilla ardiente estará en el tanatorio As Burgas hasta las 17,30 de esta tarde, hora en la que está previsto el funeral por su eterno descanso en la iglesia de Santo Domingo y después será enterrado en el cementerio de Santa Mariña.

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