El octavo presidente de la Diputación

En nada, hace dos siglos, cuando Rodríguez Busto ocupaba por primera vez, hace casi 190 años, la recién creada presidencia de la Diputación de Ourense, Joaquín Pardo Osorio todavía, ocupaba el cargo de oficial 1º del Gobierno Civil en la ciudad. Ahora bien, a estas alturas, ya tenía un historial militar envidiable. Es cierto que había elegido desde muy joven la vida castrense y, luego, al entrar las tropas francesas en España, en 1808, con apenas dieciocho años, necesariamente, ya había tenido que combatir la tiranía de Napoleón. Ni el pueblo, en general, ni los más jóvenes como él, habían renunciado a ser libres. Es evidente que a partir de ese instante comenzó a fraguarse la epopeya. Joaquín Pardo Osorio había nacido en la casa solariega de Casaldereito, en San Andrés de Camporredondo, un pueblo en el corazón del Ribeiro, a media ladera de la montaña, con vistas al Avia. Será el octavo presidente de la Diputación. Heredero de un histórico linaje familiar, desde aquel paraje, comienza su andadura por los vericuetos históricos en los que se ve envuelto el país. Y, tan pronto como se produce la “invasión francesa”, decide ingresar como cadete en el ejército regular. Había prendido la llama que incitaba a liberarse del yugo del “tirano” extranjero. “El pueblo que quiere ser libre” -decía José Palafox, desde el cuartel general de Zaragoza, dos días antes de la Nochebuena de 1808- “lo es”. No era un llamamiento más. Al orgullo del pueblo se le añadía la llamada a la proeza. Y, ante este tipo de proclamas, muchos deseaban combatir formando parte de milicias; unos pocos, como Joaquín Pardo, pensaban que era el ejército regular quien debía de liderar la insurrección. E incluso otros, como José María Chao, elegían luchar en el Batallón de los Literarios. Lo transcendental era que, de repente, Marte y Minerva, se confabulaban para liberar los campos de la ambición gala. La necesidad de formar al contingente de voluntarios, que no estaba preparado militarmente, hizo que desde dentro del ejército se produjesen, a menudo, de forma improvisada, rápidos ascensos. El propio Joaquín Pardo Osorio, en apenas un año, obtiene el rango de subteniente y, en dos, el de teniente. Bien es verdad que desde el primer destino, en Vascongadas, adquiere experiencia en combate. Y, a partir de la batalla de Durango, participa en Campos de Espinosa de los Monteros, en Mondoñedo, en Grado, en Puente San Payo, en Medina del Campo, en Tormes, en Canta el Gallo y en Campomayor. Es en este último combate, en el que es hecho prisionero. Después de nueve días encarcelado, se fuga y pasa a posiciones de retaguardia. Finalizada la guerra, será distinguido en 1816 por sus méritos con la cruz del Ejército de la izquierda, con la cruz de Asturias, con la medalla de Tamames, con la de Medina del Campo, y con la Flor de Lis de Francia. Luis XVIII, restituido en el trono francés tras la derrota de Napoleón, en agradecimiento a los españoles que con valentía habían combatido la tiranía napoleónica, desde el palacio de las Tullerías, le envía, al gobierno español, insignias de la orden de la Flor de Lis, para que, en su nombre, los condecore. Joaquín Pardo, o el obispo Quevedo, entre otros, se hicieron merecedores de la distinción. Foto 1935 Archivo BDGA. Exterior del Pazo de Casaldereito. Ya cuando abandona la vida castrense, su formación en derecho, le permite de la mano del liberalismo progresista, afín a Joaquín Mª López, dar el salto a la política. Llega al Congreso, con acta de diputado por Ourense, en la legislatura 1841-1843, en plena Regencia de Espartero, en un período, marcado por la inestabilidad. El partido, era un reino de taifas en torno al liderazgo de personajes como Olózaga, Joaquín Mª López o el propio Espartero. Hasta tal punto se evidenciaba la fragmentación del grupo político que, una facción del partido, los ayacuchos, partidarios de mantener al regente, a toda costa, discutía, incluso, las actas de sus propios diputados. Con todo, no evitaron la dimisión de Espartero. El acuerdo tácito, entre liberales progresistas antiayacuchos y moderados, daba paso a un gobierno provisional, presidido por Joaquín Mª López que, desde su origen, tiene que atajar el germen de la revolución. Rápidamente, nombra, con urgencia, a gobernadores de confianza, capaces de conciliar, sobre todo, posturas que se suponían irreconciliables dentro del partido. Para Ourense, en donde existía una gran rivalidad ideológica, designa a Joaquín Pardo Osorio. Aquí, ni los liberales ayacuchos, ni los moderados le ponían las cosas fáciles al nuevo jefe político. Sólo, el talante, la honradez y la política de consenso que lleva a cabo este presidente de la diputación paró una tormenta que según dicen las crónicas “no hubieran hecho abortar la rendición de Zaragoza”. Pero él sacrificó su carrera política, en favor del consenso dentro del partido. Luego, otro viejo conocido de la comarca “ribeirana”, por contraer matrimonio con la hija de una familia hidalga de Vieite, toma el relevo. Manuel Feijóo y Río, le sucede, primero, de forma interina en diciembre de 1843; luego, en enero de 1844, como gobernador en propiedad. Definitivamente, recoge el testigo de un presidente de la Diputación que había contribuido a poner rumbo a la “pax augusta” tan anhelada por la década moderada.