La profecía de hace siete años: “¿Esto es un manicomio?”

3 de octubre de 2014, cuando Jácome fue desalojado del pleno a la fuerza.
photo_camera 3 de octubre de 2014, cuando Jácome fue desalojado del pleno a la fuerza.
Jácome se negó a irse del pleno y tomó la palabra a la fuerza antes de ser desalojado en 2014 y ha dejado un reguero de víctimas de sus desprecios por el camino. Hoy llama golpistas a los demás

"No tolero los insultos. Me ha llamado loco y enfermo. Esta, que está enchufada en el Polígono y de empresa privada no tiene nada. Y no hablo de tu vida privada, y sé muchas cosas”. Con estas palabras, Gonzalo Pérez Jácome se dirigía a una concejala del PP en diciembre de 2015, provocando la marcha de todos los concejales populares del pleno. Entonces eran enemigos íntimos. Hoy, estos dos grupos son socios, aunque intenten disimularlo,  pero las formas del ahora alcalde no han cambiado y el pasado viernes el PP  también abandonaba la sesión. Hace casi siete años de estas acusaciones y amenazas a una edil, a la que incluso se dirigió en tono irónico con la coletilla de “bonita”. El pasado viernes, fue Luis Seara, portavoz del BNG, el que recibía las acusaciones, en este caso, de supuestas amenazas a un vecino, adornadas con calificativos como “matón” y “macarra”. Lo único que ha cambiado en este tiempo es el sillón que ocupa Jácome, antes en los reservados a la oposición y ahora dirigiendo las sesiones.

Porque el ahora alcalde se quejaba precisamente en la oposición de presuntas formas dictatoriales de los regidores. Es célebre la expulsión en el pleno de octubre de 2014, cuando el socialista Agustín Fernández como alcalde ordenaba el desalojo de Jácome. El que ahora tilda de “poco demócrata” a sus rivales por intentar hablar para defenderse de acusaciones, se negó a irse entonces del pleno. “Llame a quien tenga que llamar”, desafió el dueño de Democracia Ourensana. Todo se debía a los gritos emitidos, también precisamente contra el BNG, por no apoyar una moción suya para pedir que se pagase por correr la San Martiño. Omitiendo las indicaciones del regidor, que en más de 20 ocasiones le pidió que abandonase el pleno, empezó a gritar y tuvo que ser sacado por los agentes ante su negativa a marcharse, aludiendo a que él estaba ahí “representando a los votantes”. Quizás le diera mucho más valor a los votantes de su formación que a los nacionalistas, o quizás una vez en el poder los tics autoritarios que demostraba en la oposición han acabado por imponerse.

En aquel momento, quedará para los anales de la historia su sesuda reflexión ante la prensa: “¿Esto es un manicomio?”. Parece que siete años después, está dispuesto a que lo sea. “Hay dos varas de medir, para los demás y para mí”, lamentaba entonces. El tiempo le ha acabado dando la razón. Lo suyo es una carrera de desprecios a rivales que si cometiera otro personaje público tendrían otra forma de verse. Él fue el que se mofó de la orientación sexual de un alcalde en el pleno, cuando mostró a Jesús Vázquez una lista de homosexuales influyentes “en la que tú no sales”; el que acusó a Agustín Fernández de enchufar a familiares en puestos de confianza (la lista de personal eventual de Jácome ahora daría para un libro), el que llamó “pato cojo” al popular Rosendo Fernández, “psicópata” a Manuel Baltar, “nena” a una concejala socialista o el que comparó a Rafael Villarino con la inteligencia de un “chimpancé”. 

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