La resistencia de los oficios tradicionales en Ourense

Benito Carballos, Pablo Rodríguez y Belén Villar.
photo_camera Benito Carballos, Pablo Rodríguez y Belén Villar.
Benito Carballo, Pablo Rodríguez y Belén Villar son tres ejemplos de familias en las que la profesión “va en la sangre”. Todos ellos sostienen, día a día, su lucha por mantener negocios centenarios que se encuentran en “peligro de extinción”.

Los oficios tradicionales son una clase de negocio en peligro de extinción. Los tiempos cambian, y con ellos, las formas de consumo. Los establecimientos conocidos como comercio local perecen poco a poco desde hace un lustro.

Según los datos del el Instituto Galego de Estadística (IGE), la ciudad de Ourense pasó de tener 11.492 locales en 2018; a 10.648 en 2021 (último año contabilizado). Un paseo por la zona sur del Casco Vello equivale a un “¿Dónde está Wally?”, por un recorrido de verjas bajadas para tratar da encontrar comercios abiertos. Con todo, en Ourense aún existen y resisten oficios centenarios. 

El último afilador

Benito Carballos en su taller de afilador.
Benito Carballo en su taller de afilador. MARTIÑO PINAL

Benito Carballo es el único afilador que queda en la ciudad. Es el dueño de la Cuchillería-Paragüería Benito, con dos establecimientos abiertos: uno, enfrente de la Catedral; el otro, el original, en el barrio de A Ponte, a escasos metros del Puente Romano. Es la tienda que abrió su padre, pero Benito es de raza pura: “mi abuelo y mi padre recorrían Tui y O Porriño; y mi abuelo materno también era del gremio”, explica. 

Vivió la evolución del oficio “del carro a la moto, de la moto al coche y del coche, a la tienda”. Dice que el secreto para aguantar “está en trabajar”, sin más y vuelta de hoja. “Modernizarse y adaptarse a los nuevos tiempos”. Ahora, además de cuchillos y paraguas también copian llaves y mandos a distancia de portales. Se jubilará pronto, aunque afortunadamente, Ourense tendrá afilador muchos años más porque su hijo cogerá el relevo. 

Sombrerería de los años 10

Pablo Rodríguez posa en el mostrador de su tienda con la imagen de sus bisabuelos. MARTIÑO PINAL
Pablo Rodríguez posa en el mostrador de su tienda con la imagen de sus bisabuelos. MARTIÑO PINAL

A dos pasos de la Plaza Mayor, en la Rúa das Tendas, hay un local de estilo “vintage”. Al entrar, se ven varias estanterías repletas de sombreros, boinas y viseras de todos los colores y estilos. 

Pablo Rodríguez es el bisnieto del dueño original, Fausto Rodríguez, que todavía da nombre al establecimiento. Sus antepasados, a quienes conserva con una fotografía debajo del mostrador, abrieron la tienda original en 1917, en el portal de al lado. Hasta el año pasado la ubicación era la misma, pero la venta del edificio obligó a Pablo a trasladarse. 

La herencia de la cuarta generación le vino un “de rebote”, según explica, porque “en la crisis del 2010 no encontraba trabajo y me tocó ayudar a mi madre”. Se especializaron en sombreros “de la mejor calidad” y, aunque “en los 50 hubo un bajón porque se puso de moda la gomina”, el negocio continúa yendo bien porque “nunca pasan de moda”.  Como anécdota cita que su madre vendió sombreros a “Juan Luis Guerra”.

El primer fotoperiodista

La fotógrafa  Belén Villar. MARTIÑO PINAL
La fotógrafa Belén Villar. MARTIÑO PINAL

Los herederos de Leopoldo Villar, el primer fotoperiodista de Ourense, son Belén y Miguel Villar. El padre de ambos, Miguel Ángel Villar, fue hijo único y aprendiz del hombre que fotografió a figuras como Alfonso XIII o Franco, a su paso por la provincia. El Museo Etnográfico de Ribadavia custodia ahora su archivo familiar. Leopoldo fue un adelantado a su época, pero Belén y su hermano Miguel empezaron “haciendo reportajes de boda con carrete” y “sacando fotos de rallies”, respectivamente. 

Los dos vivieron la transición del mundo analógico al digital en primera plana. “Yo aprendí a revelar en el estudio, teníamos laboratorio y ampliadoras”, cuenta Belén. Su hermano trabajó en televisión: “Filmábamos las noticias en cámaras de 16mm, con cinta”. Explica que “la inmediatez de lo digital fue un antes y un después para agilizar el trabajo; pero el analógico es más sensual, siempre guarda ese misterio, como los vinilos”. 

Por desgracia, este es el negocio centenario que más peligra. “La única opción es que lo cojan mis sobrinos”, afirma Miguel, aunque es consciente de que “todo en la vida son etapas”. “Nosotros hemos seguido para adelante, pero ahora los establecimientos van para otro lado, todo se hace por internet y los jóvenes se interesan por otras cosas”, concluye.

En el otro lado de la balanza, Olga Kozenkova es una Rusa afincada en Ourense desde hace 30 años. Abrió el comercio de complementos Matrioska en 2017, en las inmediaciones de la Plaza Mayor. “Conocí a mi marido en San Petersburgo y lo de siempre, me vine por amor”. Su esposo era “mitad catalán, mitad ourensano” así que vinieron a la ciudad para estar con sus padres y se quedaron. “Me vi sin trabajo y empecé con bolsos y complementos en esta tienda que me encanta”. Las paredes del local están revestidas con madera y su nombre indica “que te puedes encontrar muchas cosas dentro y llevarte una sorpresa”. 

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