Travesía interfronteriza, Entrimo-Castro Laboreiro

Capela de Nossa Senhora de Numao con pétreo púlpito adosado a penedo.
photo_camera Capela de Nossa Senhora de Numao con pétreo púlpito adosado a penedo.

Una frontera, aunque sea la portuguesa, siempre es una marca, una identidad. Aunque en el hablar casi no haya diferencias, pero si ellos notan, que en su tono, nosotros los no fronterizos, a pesar de la lengua hermana, somos los extraños. Me refiero a que esos provinciales nuestros que lindan con Portugal apenas se distinguen entre sí, en la fonética, un tipo de Castro Laboreiro de otro de Entrimo; hay que convenir que en el acento, tal vez, pero las diferencias del lenguaje, aunque muy próximos, son obvias. Yo me quedo con lo que nos dijo Armandino, de la Vila do Castro, como llaman por allá a Castro Laboreiro, que ellos entre sí, los de ambas fronteras, apenas se distinguen, pero a los demás galaico parlantes, sí. Siglos de convivencia determinan que las diferencias fonéticas sean mínimas.

Faciendo la vía / del Calatraveño / a Sta. María / vencido del sueño / por tierra fragosa / perdí la carrera / do vi la vaquera / de la Finojosa /… como en el famoso cantar del Marqués de Santillana, ni pretendimos ver a vaquera alguna cuando vagábamos por la sierra de Quégoas, compensados por la visión en lontananza de una manada de más de cincuenta, lo que parecerían corzos, que no suelen transitar en manadas y sí en ejemplares que viven, cuando más, en grupos reducidos, o en pareja. Era la manada de rebecos más grande que uno haya visto, superada por las que se ven en toda la Cordillera Cantábrica. Me había sorprendido hace poco una docena de ejemplares encaramados en el mismo alto de Couto da Fontefría, que por allá llaman Corno o Pitón da Fontefría, pero ahora avistados en los mismos Penedos de Anamâo, una novedad desde cuando hace más de docena de años, un par de ejemplares. Esta cincuentena de rebecos, olisqueándonos en la lejanía, se fue encaramando al trote como si de serpiente, por la ringlera que formaban, a los altonazos de estos Penedos, desapareciendo de nuestra vista en un ver y no ver, cuando en la travesía Entrimo -Castro Laboreiro rodábamos por las inmensas masas graníticas de estos Penedos.

Habíamos comenzado la marcha montañera, caminábamos por el dolmen da Moura, conectábamos con Xusto Rodríguez, de Petín que con otro acompañante se baten semanalmente por todos estos montes que bien conocen, y no digamos por las Trevincas de las que vecinos. Solo que la pareja de padre e hijo tenían concertado un bacalao o un cabrito da serra, no recuerdo si en el Miracastro o el Miradouro, que son los más conocidos comederos o mesones de este plato por Castro Laboreiro, y por ello cuando de mejor conversación y lugares comunes hubieron de dejarnos para coger su auto en Venceás y llegar a la hora del xantar, planteándonos nosotros mismos si mejor al caliente que comer al frío de nuestras viandas de las que solo un café en termo como todo caliente plato, si el tal pudiese así ser llamado.

Avistando los Penedos hubimos de atravesar monte quemado, sortear profundo regato y trepar por el inmenso y compacto roquedo que en el límite casi de ser viable para solo encordados montañeros, cuando la mentada visión de los rebecos en inmensa manada, fluctuaba entre los fronterizos marcos. Huellas de canis lupus signatus delataban, por el pelo de sus deyecciones, que su comida de cérvidos salvajes, probablemente rebecos o corzos.

Alguno de los acompañantes iría a la aventura de trepar por la roca y encaramarse a lo alto, cuando nosotros a la espera para sumergirnos en el angosto valle donde la capilla, el pétreo púlpito en la roca adosado, un anacrónico palco cubierto, con todo un conjunto a la sombra cuando el abedular frondoso. Una térrea pista te acerca a las aldeas de Portos, da Cima e de Baixo, Pedrosouro y te deposita en Cainheiras, aldea de tan portuguesa, que te retrotae al medievo cuando de inopinado encuentro con la vecina Isolina Fernandes, aún dentro de un hábito de riguroso luto y capa encapuchada que dejaba ver unas blancas polainas para protección de tojos y de fríos. Toda una estampa que nos recuerda a esas mujeres con corozas de paja, que en el profundo rural raramente descalzas. Varziela fue la próxima pasada por su románica puente, y el profundo río da Barcia o Castro Laboreiro fue nuestro sumergimiento en las simas de un sendero caprino amenizado por el rugido de las por allí despeñadas aguas, dejado más arriba un románico puente donde Marcelo Mastroianni rodaría su última película, según cuentan.

Castro Laboreiro sirvió para toma de aguas, cuando por la hora, despoblada de sus docenas de comensales que la invaden, atraídos por el bacallau a serra, y como relictos a aquella caída de la tarde, familia de comensales celebrando la onomástica de Don Pepe, ese emprendedor hostelero y promotor de residencia de mayores, que de séquito de esposa, hija y parentela de los más allegados.

En el ínterin, intermediando Pepe Ficheira, da Pereira, de ordinario entregado a sus libros, ahora, en este festivo a la cava de su huerta para surtir a amigos de los productos que de la tierra extrae, demandamos los servicios del taxista Amandino, que también atendía sus fincas, cuando su consorte tras barra, a la local clientela, y él portándonos al retorno, constancia dejaba de sus conocimientos de las gentes y el lugar.

Terrachán, la capital entrimeña, permanecía inmersa en el por la tarde grisáceo día, mas con vida, de gentes acodadas a la barra o de acomodo en sillas.

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