OURENSE DE AYER

Una de las últimas cencerradas

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 “O Pastillas” y “a Nemesia” se entendían. Él era viudo hacía escasos meses. Los dos eran vecinos de un barrio ourensano, de As Caldas

Las cencerradas eran, digamos, ruidos de espanto y juergas populares desapacibles, que se hacían utilizando cuernos y cencerros (de ahí el nombre) y demás artilugios para tratar de burlarse de los viudos cuando pretendían casarse de nuevo unos días antes y en la misma noche de bodas al pie de la casa donde pernoctaban los contrayentes, si no satisfacían lo estipulado por la comisión de mozos encargada de exigirle el importe, para, en honor de los mismos, hacer una fiesta con gaiteros y foguetes. Eran en consecuencia una ridiculización agresiva contra una unión matrimonial que no era bien vista por los lugareños, al haber formado anteriormente otro matrimonio, uno o ambos novios. Era evidente la oposición social a la reincidencia de nupcias, especialmente de las mujeres viudas, aunque la Iglesia no se oponía a ello.

En la fiesta (si no aceptaban pagarla y tenían que recaudar los mozos), se escenificaba a la pareja hecha a tamaño natural con paja y harapos, ante la cual se practicaba toda suerte de mofas, previas a abrirle la barriga a ella y extraerle un muñeco como purificación del pecado cometido al “recasarse”.

“O Pastillas” y “a Nemesia” se entendían. Él era viudo hacía escasos meses. Los dos eran vecinos de un barrio ourensano, de As Caldas concretamente. Resulta que ambos, a base de contarse sus penas, congeniaron rápidamente y a escondidas dieron comienzo a una relación amorosa. Hasta aquí todo normal. Lo que pasa es que rodando y rodando la bola, la mocedad del contorno, ávida de pasatiempos y cachondeo, se dio pronto cuenta del affaire, y entonces se puso en marcha la consabida cencerrada en toda regla para exigirles el dinero para una fiesta como era tradición en tales casos. No hubo acuerdo.

Por comandos, pues los gañanes comenzaron a organizarse, la diversión estaba servida y era menester aprovecharla porque también de eso se trataba un poco. Se situaban en diversos puntos próximos a los domicilios de ambos a partir de las once de cada noche, y comenzaba la pandorga utilizando para hacer ruido toda clase de artefactos acústicos, como matracas, cuernos, cencerros, latas, cornetas, campanillas, cacerolas, etc. y aquel infernal ruido duraba hasta las doce, cuando se hacia el silencio para tomar fuerzas para el día siguiente.

Frases, versos y coplas

Alternativamente y utilizando megafonía rupestre adaptando altavoces, embudos... se le dedicaban a gritos a la pareja toda clase de frases ofensivas, versos jocosos o coplas satíricas, relacionadas con sus vidas incluso privadas sin escrúpulos ni miramientos, llegando al insulto y al baldón sin pensarlo demasiado. De ahí la conveniencia de los contrayentes de abonar previamente el importe de la fiesta para evitar la burla y no caer en boca de los cencerreiros durante las nueve noches que duraba el sarao, que además daba pie para ser la comidilla sandunguera de la comarca. Aquello estaba prohibidísimo por la Guardia Civil, que haciendo batidas nocturnas, si pillaba a alguno que no le daba tiempo de escapar, lo hacía dormir esa noche en el vulgar cagarrón, y eso no era demasiado agradable.

El problema venía cuando los susodichos contrayentes se emperraban en no pagar y había que recaudar los fondos entre la panda organizadora para hacer la festanga, puesto que el sarao se iba a realizar por encima de todo, a costa de las artimañas que fueran necesarias para conseguir el dinero. Ese fue el caso de “o Pastillas” y “a Nemesia” que se negaron a colaborar; y la juerga se organizó entonces en Chapa, en aquella calle aún no abierta al tráfico, tras los muelles de la Estación Empalme, hoy llamada rúa Río Arnoia, siendo amenizada por un grupo de gaiteros, con el consabido riesgo de sanción gubernativa por no contar para ello con el permiso de la “autoridad competente”, que no lo iba a autorizar de ninguna de las maneras. El día de la celebración el disanto duró poco, porque se corrió la voz de que alguien contrario al cacharparri organizado dio aviso a la Benemérita de lo que allí estaba ocurriendo y la fiesta casi se murió antes de haber nacido.

Yo, que redacto este breve pasaje sobre las cencerradas de aquel tiempo, no comparto aquella brutalidad oral, pero me limito a decir que era un ancestral modo de desacuerdo sonoro del pueblo ante lo que cristianamente estaba permitido porque era ancestral, pero no estaba bien visto, y ese era el modo de manifestarlo. Aquel atávico procedimiento de la injustificada protesta popular descrita fue de todos modos decayendo, y esta había sido una de las últimas celebradas en nuestra ciudad de Ourense. Corría el año 1951.

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