“A xente olvidouse que é mortal”

La casa fue bar, galería de arte, taller de artistas; estos días, refugio privilegiado. Su historia, la de ambos, un cúmulo de vivencias desde que los unió Cupido una noche de la Mercé de 1986 en el barcelonés Paseo de Gracia. Junto a la puerta de entrada, una escultura de Acisclo resalta entre las hiedras mojadas a modo de pátina del tiempo, y de la mañana. Por delante pasa la carretera, menguada de tráfico desde la construcción de la AG-53, aún así, en un entorno donde el silencio es monumental, cada coche, marca el compás. Pintura, de vocación Risueños, soñadores. Sula Repani y Miguel Carballo anclaron sus vidas en este lugar en 1987 por voluntad propia después darse de bruces con el amor. Una historia de amor doble, en lo personal y en lo profesional; ambos militan en el oficio de la pintura; cuando el arte te atrapa es difícil desprenderte. “Sentía que no iba a ser feliz haciendo otra cosa”. Los padres de Sula Repani (Atenas) -originarios de Lesbos- se llevaron el disgusto de su vida al escuchar el tópico de: “mamá, quiero ser artista”. Ella, que junto a su hermana gemela había iniciado Económicas aquel año, tuvo claro que sus números, desde entonces, estarían guiados por la intuición, las emociones y el olor a trementina. “Pensaba en volar”. Al rematar Bellas Artes, con una beca voló a Barcelona, sin saber muy bien el porqué del destino. Antes, en los 70, Miguel Carballo se fue a Madrid para hacerse artista. “Un ano completo casi o vivín só de facer retratos”. Tuvo más oficios, hasta que llegó el momento de decidirse. “Deixo a hostelería -pensó- porque eu vou vivir da pintura”. Lo de “tú estás loco es lo más suave que escuchó aquellos días, de manos de gente que -a duras penas- vivían ya del arte. Es fácil imaginar la vida bohemia en aquel Madrid, entre las puertas de la transición y la congoja del franquismo. Todos los veranos -una larga década- fueron un mismo género, retratos para financiar viajes: Madrid, Barcelona. Allí, una noche, además se toparía con Sula. Un año después estarían viviendo en Tamallancos, con los bajos de la casa transformada en una galería de arte. Es difícil imaginar a Sula, nacida a 4.000 km en pleno corazón del Mediterráneo, entre la inmensidad de la bruma y de la lluvia. “Ay esa humedad, cómo me mataba”. Para matar la morriña muchas veces por primavera regresaría a su tierra. En Tamallancos nació la nueva Sula, de pintura sensual y cálida, con el azul turquesa del Mediterráneo como fondo. Lo de Miguel fue más fácil, acostumbrado a una niñez de vida campesina. Toda vida -máxime la de un artista- está llena de incertezas. “¿Asustarnos? Eso lo hemos vivido muchas veces”, comenta Sula. Pero el camino y el mensaje que el Covid-19 lanza al mundo es cruel. “A xente olvidouse que é mortal”. En Grecia, lo de la higiene de manos -dicen- es algo enfermizo, no de ahora, de siempre; con baldeos de lejía constante de los suelos; uno imagina algún rescoldo en el subconsciente de la histórica plaga de Atenas 430 a.C. De hecho, la crisis, pese a la debilidad de su sistema sanitario, la han salvado sin apenas muertos. “Na Idade Media, cando viña a peste, ían todos á Catedral a rezarlle aos santos; agora acudimos ao sistema sanitario que nos salva”. Al rematar, después de visitar el jardín, la pareja se despide. A pesar de los años; uno los ve volar aún, de otra manera.