Llegó el día. Benedicto XVI dijo adiós a su pontificado al frente de la Iglesia Católica ante unas cinco mil personas y dos horas antes de que se hiciese efectiva su renuncia en el palacio de Castel Gandolfo.

“Gracias, buenas noches'

Un miembro de la Guardia Suiza cierra la entrada del palacio apostólico de Castel Gandolfo,
Gracias, buenas noches a todos'. 'No seré más el Sumo Pontífice de la Iglesia Católica. Seré un simple peregrino, que inicia la ultima etapa de su peregrinación en esta tierra'.

Con estas palabras se despidió ayer Benedicto XVI ante unas 5.000 personas dos horas antes de que hiciese efectiva su renuncia, desde la ventana de la Villa Pontificia que se asoma a la plaza del pueblo, abarrotada en un frío y apacible atardecer de este 28 de febrero.

La espera de la llegada del helicóptero papal que trasladó a Benedicto XVI y a la llamada familia pontificia, su secretario George Ganswein y cuatro laicas consagradas, desde el Vaticano a Castel Gandolfo, fue dedicada al rezo de un rosario dirigido por el obispo de Albano.

Caballeros de la Orden Ecuestre del Santo Sepulcro con largas túnicas blancas y mujeres de la misma orden de negro riguroso y con mantilla, contrastaban con la sencillez de los vecinos y los fieles llegados de los pueblos que oraban con recogimiento. 'A Benedicto le gusta Castel Gandolfo y se va a quedar entre nosotros dos meses. Dos meses de bendición para este pueblo', dijo Ettore Rimini, de 63 años.

Hombres con rostros curtidos por el sol, que alzaban las solapas de sus zamarras y se calaban la gorra ante el azote del viento fresco de la tarde, portaban pancartas en las que se podía leer: 'Gracias Benedicto, estamos todos contigo', y también varios estandartes con imágenes de santos.

La plaza Castello, popularmente conocida como 'la sartén' por su forma similar ya que en su centro se abre a una estrecha calle, 'el mango', era todo un murmullo, mientras en el bar Carosi muchos paisanos tomaban café caliente hasta que el repicar de las campanas de la iglesia de Santo Tomás anunció que el helicóptero blanco del papa había despegado.

Los aplausos, vítores y el agitar de banderas vaticanas saludaron la partida del papa alemán hacia el pueblo, situado a unos 30 kilómetros al sur de Roma y residencia estival de los pontífices desde 1626 en que fue construido por orden del papa Urbano VIII.

Las autoridades locales tomaron posiciones en el balcón del Ayuntamiento adyacente a la Villa Pontificia y toda la corporación con la banda cruzada al pecho con los colores de la bandera italiana aguardó, al igual que todos los asistentes y especialmente los cámaras de las televisiones llegadas de todas partes del planeta, el sonido del helicóptero vaticano.

'Aquí el papa Ratzinger es feliz, pero cuando regrese al Vaticano su presencia cerca del nuevo pontífice será muy influyente. Es un hombre que parece progresista, pero en realidad es conservador y conoce muy bien el Vaticano', afirmó Vicenzo Desdepaliano, de 60 años, quien añadió que le gustaría un 'papa negro que hablara una lengua que no fuera europea porque Europa está muerta'.

Finalmente, casi todas las personas elevaron la vista ante el sonido del motor de un helicóptero, las luces de la sala de la Villa Papal se encendieron dejando entrever una lámpara de cristal por la ventana, desde la que colgaba un pendón granado con el escudo del pontífice y, tras unos minutos, Benedicto XVI se asomó sonriente con los brazos extendidos.

El papa se mostró contento, sonriente, cálido y después de saludar nuevamente a sus vecinos, giró sobre sí mismo y su espalda y solideo blanco fueron lo último que pudo verse antes de que cerraran las ventanas. Pero la gente permaneció en asedio pacífico y en recogida oración en Castel Gandolfo.n

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