Objetos a los que acompaño

Incensario de bronce

photo_camera Incensario
Quemar incienso es una acción mundana, pero abre una puerta secreta a la eternidad

Cuando crucé la India en moto, apenas llevaba dos alforjas. En una guardaba algo de ropa y el ordenador para escribir el libro que me habían encargado. En la otra, las herramientas que necesitaba para reparar la máquina a lo largo del camino. La consecuencia de un equipaje tan frugal fue que no tenía sitio para llevar nada. Eso calmaba mi corazón de las ansias del necesitar y esa cosa del souvenir que tiene la enfermedad de los viajes. Cuando uno se sabe suficiente, está inoculado ante los neones del antojo, por muy exóticos que sean. Todo está bien. Aunque sea de saldo.

Apenas me permití tres pequeñas licencias, fácilmente transportables a lo largo de miles de kilómetros: Una hoja del árbol milenario bajo el que se iluminó Buda, que recogí para mi hermano Javi, un molde para hacer ladrillos (espero hablar de él pronto en estas páginas) y un pequeño incensario. El incensario, portátil, de dos piezas de bronce en forma de cáliz, tiene una hermosa tapa calada rematada en un símbolo sánscrito. Está decorado con esvásticas, las ruedas solares de los arios que invadieron el país en la noche de los tiempos. Las mismas de las que se apropió chapuceramente el nazismo y por las que tuerce la ceja todo el que viene a casa. Entonces yo les explico que la esvástica es en realidad primohermana del trisquel celta: un símbolo espiritual antiquísimo, una rueda solar que recuerda quién es el padre de toda vida y quiénes giramos a su alrededor en toda nuestra insignificancia.

Utilizo este quemador para ceremonias domésticas. Coloco un cono encendido en el vaso y lo tapo suavemente. Por un instante, las caladuras de la tapa, que están manchadas de aceites, se iluminan hasta que la llama se apaga, el cono se hace brasa y el humo se coagula en el aire en ríos aromáticos. El incienso, como escribió un monje japonés, permite comunicarnos con lo trascendente, acompaña en la soledad y trae consigo la calma. Llamar con su aroma a los espíritus es mi ritual de cordura.

Te puede interesar
Más en Sociedad