Flores marchitas

Flores marchitas. (Foto: Xoán Baltar)
Los cementerios, pese a lo que pudiera parecer, tienen su propia vida entre las flores marchitas, además de guardar los cuerpos de los que ya se fueron. Así lo ve el autor a través de su imaginación.
Nos revolvía el pelo con cara de contento si nos portábamos bien. Y le ayudábamos a sustiuir las flores marchitas, regar los cipreses y limpiar las lápidas. Cuando éramos malos y cometíamos alguna travesura, solía castigarnos sin salir. Y si ese día había entierro, no podíamos hacer ruido ni espiar a hurtadillas. Luego se arrepentía, nos levantaba el castigo y jugaba con nosotros a los epitafios. Pensativo, decía uno al azar y debíamos adivinar el nicho al que pertenecía. Ganaba quien llegaba primero. Y aunque ya los conocíamos casi todos, siempre nos pillaba con los mismos. Hasta que caímos en la cuenta que eran los nuestros.

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