La loca

'La loca' de Alberto Álvarez. (Foto: Xoán Baltar)
Una mujer vive refugiada en su locura, en la que lleva el pasado doloroso del que nadie habla. En ella, la locura, como Khalil Ghibran halló ‘libertad y seguridad; la libertad de la soledad y la seguridad de no ser comprendida’. Sólo la mirada de los niños le arrancaba una sonrisa y le propocionaba una débil conexión con la realidad.
Nosotros la veíamos en los veranos niños subir cada tarde la cuesta empinada que conducía al Llano de los Muertos. Se plantaba en silencio frente a la profunda grieta donde enterraban el ganado, y arrojaba al abismo una flor fresca que traía del río. La llamábamos loca y ella nos daba caramelos tan viejos como su vida, que nosotros tirábamos por temor a un veneno infantil y extraño.

En casa los mayores cambiaban de tema si hablábamos de ella y en la mirada esquiva yo presentía el respeto de mis abuelos. Cuando fuimos creciendo, alguien contó una historia de un hijo y de una guerra, o quizá nadie lo hizo.

La vi por última vez pasados los años cuando pusieron la lápida para los muertos de la fosa del Llano. Aquella tarde ella se encerró en casa y yo la encontré en el corral al sol de mayo, silenciosa y anciana, tierno amor sin amparo. Y no le dije nada y hoy me arrepiento.

Supe hace bien poco de su muerte y le dejé en la tumba una flor fresca que cogí en el río. Decidme dónde anda que le mande una deuda y un abrazo.


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