Opinión

Algo malo, algo santo

Durante meses quise creer, de modo ingenuo, que los degollamientos de presos llevados a cabo por miembros de Estado Islámico nunca eran llevados a cabo y se trataban, tan solo, de pura ficción, puesta en escena o subterfugio utilizado para amedrentar infieles. Me inducía a pensarlo así la convicción de que me estremeciese, y me estremezca, el que pudiesen ser ciertos. En mi ingenuo esfuerzo me ayudaban, por un lado, la tranquilidad que mostraban los que iban a ser ejecutados; por otro, su aparente ignorancia atribuible al desconocimiento o a la incredulidad respecto de lo que se les iba a venir encima, y, al final, el que los videos que veía en la tele o los que llegaban hasta mí a través de las llamadas redes sociales concluían antes de que les rebanasen el cuello.

Viví en esa deliberada inopia hasta que me enviaron un video en el que se podía ver el proceso completo. Confieso que me pilló desprevenido. También confieso que el terror que me invadió fue enorme en intensidad y duración. Todavía me horrorizo si no aparto el recuerdo de aquellas imágenes terribles. Como en ocasiones anteriores me entretenía, disculpen que lo exprese así, en contemplar el rostro del que iba a ser ajusticiado; valorando no sé si su serenidad o su sometimiento, no sé si su abandono, pero nunca su desesperación, jamás su rechazo; de modo que, cuando quise darme cuenta, el video no se había detenido y pude ver como el verdugo decapitaba aquel cuerpo indefenso y abandonado a la voluntad de su asesino.

Hace semana y pico todos pudimos ver el sádico refinamiento al que los valientes soldados de la yihad sometieron al piloto jordano enjaulado e indefenso. No vi el proceso completo, pero ahora ya no necesito contemplarlo en su totalidad, no para imaginármelo, sino para saber que el proceso fue llevado a término. Las cadenas de televisión no sé si acertada o equivocadamente nos ahorraron las imágenes terroríficas, al menos en un principio.

Hicieron bien, si pensamos en los niños o en los ancianos que pudieran contemplarlas y quizás hiciesen mal si consideramos el rechazo y la consideración que le hubiesen merecido a la mayor parte de nuestra ciudadanía. Aún a mayores, hicieron bien porque así no cumplían los dictados de los responsables de propaganda de Estado Islámico y mal porque hubiese sido una forma de que a estos les hubiese salido el tiro por la culata. O eso quiero creer que pueda ser posible. Ahora, cuando ya sabemos que entierran vivos a niños, ya no sabría marcar límites entre lo que se hace bien y lo que se hace mal

Si reflexionamos un poco sobre todo esto, podemos empezar a preguntarnos que hubiese sucedido si el alto responsable de propaganda del III Reich, Joseph Goebbels ministro de la cosa en el gobierno nazi, el del famoso discurso de la Guerra Total, pronunciado en el Palacio de los Deportes de Berlín, hubiese decidido en su momento difundir las imágenes de los campos de concentración, la entrada en las cámaras de gas, el despojo de los cadáveres, su entierro en las fosas comunes o cualquiera de las atrocidades a las que el doctor Mengele sometía a sus víctimas.

Se trata de imágenes que, desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial, hemos visto en numerosas ocasiones hasta autovacunarnos, o eso creíamos, contra esa expresión de la brutalidad, de la crueldad y del sadismo que es capaz de alcanzar el animal humano, autocalificado como un ser racional cuando tal afirmación se trata, tan solo, de una hermosa pero mera hipótesis de trabajo.

¿Qué hubiera pasado? No hubiera pasado nada porque los jerarcas nazis nunca las hubieran emitido, sino ocultado. Todavía existe hoy gente que sigue negándolas y tildándolas de imágenes falsas y trucadas. Tal es el sentimiento de culpa que esas imágenes despiertan, tal la conciencia de pecado que generan, que hubiera sido imposible su difusión. Pero no sólo la de esas imágenes. Stalin no creo que estuviese especialmente orgulloso del Gulag. Tampoco de los veinte millones de correligionarios que se llevó por delante o de los miles de militares polacos que mandó fusilar para responsabilizar de ello a la Gestapo.

Lord Hugh Thomas, que no es susceptible de ser considerado un peligroso izquierdista, en su libro “La Guerra Civil Española” atribuye a Franco la firma de casi doscientas mil sentencias de muerte en los dos primeros Años Triunfales y no es de suponer que hubiese dado publicidad al asunto bajo ningún concepto. Ninguno de los citados lo hubiese hecho nunca. ¿Por qué? Pues posiblemente porque detrás de cada uno de ellos estuviese latiendo una conciencia que había sido educada a partir de los diez mandamientos o, dicho de otra manera, una formación religiosa consubstancial a todas las sociedades en las que vivieron insertos que se lo impedía.

La pregunta es entonces por qué los miembros de la yihad, los responsables de su aparato de propaganda están tan interesados en la difusión del terror que causan. La respuesta es algo que queda a la discreción de cada uno yb debe ser buscada en el interior de cada conciencia individual. Pero es factible pensar que mientras aquellos tenían la conciencia de estar haciendo algo malo, estos la tengan de estar haciendo algo santo y, de existir, de ser cierta la diferencia que se señala, esa certeza deberá marcar nuestra acción y condicionar nuestra respuesta; porque nosotros tenemos unos frenos morales y religiosos de los que ellos carecen y esos frenos determinan una indefensión de la que debemos ser conscientes.

Te puede interesar