Opinión

Los errores de populares y socialistas

Gran parte del éxito de los hasta ahora llamados partidos emergentes descansa en los errores cometidos por el Partido Popular y a no pocos derivados de la política seguida por el PSOE en tiempos de Alfredo Pérez Rubalcaba; si bien es cierto que, la figura aniñada y en exceso aliñada, se diría que de diseño propio de un anuncio de esos de ya es primavera en El Corte Inglés, la de su actual secretario general, algo ha estado contribuyendo a ello pese a la innegable recuperación que los socialistas han experimentado desde su llegada a la cumbre del poder socialista. Vayamos, pues, por partes.

Rubalcaba, que sin duda es un hombre honesto, aunque la honestidad a veces esté reñida con el acierto, hizo política de Estado; es decir, buena para el conjunto del país, mala para los intereses del partido. Santiago Carrillo ya había hecho algo parecido en tiempos de la Transición y el Partido Comunista aún no se ha recuperado desde entonces. La diferencia entre uno y otro, entre la oportunidad de la política de uno y otro, estriba en el hecho de que la Transición fue esencialmente buena para el conjunto del país. Por eso la ciudadanía guarda una deuda de gratitud con tan controvertido personaje como fue en vida Santiago Carrillo. Por el contrario, los tiempos y la política amparada por Rubalcaba coadyuvaron a la laminación de la clase media del país y no se conservará buena memoria de ellos.

La figura de Carrillo, la que media entre el Jarama y el día todavía no tan lejano de su fallecimiento, es una figura poliédrica, proteica, rica, diversa e interpretable desde muy diversos prismas, razones por la que se salvará en el juicio al que la Historia habrá de someterla mientras que la de Rubalcaba lo hará difícilmente. La de Rubalcaba, a quien no pocos compararon con Joseph Fouché, es rica también, pero distinta. Dirigió la oposición inmediatamente después de haber ocupado la vicepresidencia del gobierno durante los inicios de la crisis y, cada vez que interpelaba al gobierno que sustituyó al suyo, parecía estar sometido a su experiencia anterior de tal manera que producía siempre la impresión de que, comprendiendo el marrón que se estaban tragando los recién llegados, los amparase en sus esfuerzos. No se dice que fuese así, se dice que lo parecía. Y que lo parecía mucho. Tal proceder acabó por laminarlo a él y dejar al PSOE hecho unos zorros, al menos unos zorros electorales; cuando no con el culo al aire y las vergüenzas en evidencia. La corrupción habida en el seno de la sección andaluza del partido colaboró a ello en no pequeña medida pese a los desmentidos que los resultados electorales pudieran ofrecer.

Si el Partido Popular, una vez instalado en el poder, no hubiese cometido los errores que cometió, quizá los todavía llamados partidos emergentes no hubiesen surgido en la superficie con el ímpetu con el que aflora a la superficie la proa de un submarino después de haber ascendido a toda máquina desde las profundidades. Pero los cometió. Cometió esos errores. Y lo hizo en no pequeña cantidad. ¿Cuáles fueron estos?

La constante y pretendidamente justificativa alusión a la herencia recibida, que ayudó no poco a triturar al PSOE y mucho a triturar a su recién citado secretario general, fue uno de ellos. Pero hubo más.

Sin entrar en la política seguida, que pudiera haberse hecho de otro modo, las actitudes mantenidas por sus dirigentes principales, unidas a las dañinas corrupciones puestas al descubierto, es decir, sin hacer excesivo caso de Púnicas, Gurteles y otras historias de terror, Bárcenas y Fabras, Granados y otras especies vegetales de las consideradas carnívoras, el Partido Popular ha cometido, se diría que con enorme delectación, una imperdonable serie de errores que se resumen en la prepotencia y la chulería del señorito displicente, la soberbia y la altanería del satisfecho de si mismo, o los que se incluyen en el desprecio a la voz de la calle, el distanciamiento respecto de ella y de sus resonancias, errores que han quedado patentes, todos ellos, en el alejamiento observado entre la predicación de su doctrina y la distribución del trigo recogido gracias a la cosecha sembrada. Todos ellos han abierto el camino que han recorrido las fuerzas emergentes. Y en esas y no en otras es en las que estamos. ¿Qué sucede ahora?

Es muy posible se diría que mucho más que posible que ahora, los errores que están cometiendo a su vez las fuerzas emergentes sean los que impulsen la recuperación electoral del Partido Popular. No tanto la del Partido Socialista, curiosamente, en virtud de la política seguida por el pulcro y atildado secretario general que no ha sabido o podido evitar ser mediáticamente deglutido por las figuras de quienes se han convertido en sus socios según conveniencias y necesidades, territorios o intereses.

¿Y cuáles son los errores de las dos fuerzas emergentes que, ahora que se lleva tanto la palabra, están recuperando sino la transversalidad sí la horizontalidad al ver nivelado el impulso de ascensión que les permitió asomar a la superficie del proceloso mar de la política de partidos, a la democracia, con la fuerza que lo han hecho?

En un caso, sin que haga falta señalar con el dedo, la autocomplacencia y la admiración hacia si mismo que muestra sus principal dirigente. En el otro, la soberbia altanera y el gélido y científico distanciamiento que le son propios al del otro lado del espectro electoral. También la ambigüedad de ambos. El afán que tienen por ocupar el centro es posible que acabe confundiéndolos o alertando a los electores de forma que no los consideren. No se puede ser ni de izquierdas ni de derechas, sino todo lo contrario, y después poner el brazo en alto, con el puño cerrado, pretendiendo que no se te relacione con un sistema de ideas. De la misma manera que tampoco se puede pretender que si lo levantas (y de una manera u otra así se hace) con la palma abierta hacia abajo, debes esperar que no te relacionen con otra, igual de totalitaria, pero de distinto signo.

Hay que llegar a las próximas elecciones sabiendo muy bien quien es quien y a quien votamos. Ofrecer un programa y no seguirlo, aparte de las razones ya expuestas, le ha hecho perder al PP e incluso al PSOE no pocas opciones de gobierno. Es llegado el tiempo de clarificar actitudes y compromisos. Y mientras no se produce esa clarificación necesaria Podemos y Ciudadanos no harían mal en apearse del carro de la soberbia y al autocomplacencia. Y a ver qué pasa.

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