Opinión

La Transición fue Transacción

Afinales de año, andaba la lideresa andaluza, tan dicharachera ella, tan expeditiva y clara, y rotunda e incluso contumaz en sus afirmaciones proclamando la necesidad del regreso a los tiempos de la Transición; mejor dicho, a la recuperación del espíritu que los animó envolviendo a los miembros de un lado y del otro del espectro político, algo tan deseable como imposible.

Con independencia de lo que tenga a bien proclamar hoy la susodicha conviene recordar de dónde provenía aquel espíritu que vagó por las instituciones políticas españolas –y no sólo por ellas- insuflando en la ciudadanía, en toda, fundamentalmente en la clase política y por ende en una sociedad civil que presenció el cambio tan llena de asombro como de esperanza.

Sin embargo antes de intentar desbrozar el camino que trajo el viento del cambio conviene recordar también el ánimo que impulso a vestir de Transición, que sin duda lo fue, lo que en el fondo se trató de una Transacción por medio de la que una sociedad se permitía a si misma la continuidad en el esfuerzo emprendido, cuarenta años antes, una vez finalizada la terrible contienda civil en la que se había visto envuelta.

La pregunta, entonces, es la de por qué fue posible aquella transacción, aquel entendimiento entre las partes, expresada a través de una Constitución, la aprobada en el año 1978, enormemente válida a lo largo de los casi cuarenta años en los que no pareció reclamar las enmiendas, las pequeñas pero fundamentales enmiendas que sin duda ahora necesita.

No debemos olvidar, entonces, que la Constitución del 78, la de las Autonomías, permitió, por no decir que propició, durante prácticamente los primeros treinta años de su vigencia, el mayor avance disfrutado por la ciudadanía española casi se podría afirmar que todo a lo largo de su Historia pues el cambio fue espectacular.

Quienes hayan alcanzado la edad de quien les escribe, con más razón los que la gocen aun mayor al día de la fecha, recordarán que siendo niños pudieron contemplar paisajes y modos de vida que habían permanecido incólumes y tal cual desde la Edad Media. No vamos a recordarlos. Pero si a insistir en el hecho incuestionable de que durante los primeros sesenta años de nuestras vidas y minuto a minuto hemos visto como nuestra sociedad prosperaba hasta alcanzar un nivel de vida que se podría resumir en un sistema sanitario excepcional en el mundo en que vivimos, al tiempo que en la universalización de la enseñanza y la aparición de empresas de importancia internacional –en un país en el antes del año 1936 el hecho de que un noble invirtiese en la creación de industrias era considerado un acto revolucionario- y de insistir, también, en otro hecho: el de que esos avances comenzaron antes de la llegada de la democracia, se consolidaron durante y gracias a ella, lo que es tanto como decir que más que a nadie fueron debidos al esfuerzo de la ciudadanía y no sólo al quehacer de los políticos de uno y otro signo, acogidos todos ellos bajo el protector manto constitucional que nos devolvió dignidad y libertades. ¿Cómo fue posible tal prodigio y por qué el espíritu que lo propició es tan deseable como difícil de echar a andar?

Quienes siendo contrarios a la dictadura del general Franco se alinearon en los partidos políticos durante la clandestinidad no buscaban el interés personal en el ejercicio de la actividad política. Reclamaban intereses generales y el único interés personal que se podía derivar de ese ejercicio consistiría en privaciones de libertad, cárcel, exilio, carreras universitarias truncadas o ejercicios profesionales arruinados.

Quienes habiendo sido partidarios del régimen que declinaba una vez conseguido ese techo de los quince mil dólares de renta per capita de entonces, sin cuyo logro la democracia no funciona, tuvieron la decencia moral, la acrisolada honradez política, de ceder en sus posiciones en medida proporcional a la cesión hecha por sus hasta entonces enemigos políticos aceptando convertirlos en sus adversarios cuando todos los poderes fácticos estaban en sus manos y podían hacer de sus capas sayos. Por eso fue una Transacción. Hubo generosidad y sentido común y constructivo por amabas partes.

¿Sería hoy posible recobrar aquel espíritu? Es de desear que sí, pero es de temer que no, que no sería posible. ¿Quiénes se alinean a un lado político y a otro para llevar a cabo lo que solicita la actual presidente andaluza? Del suyo propio han desaparecido los políticos que impulsaron la Transición y han sido sustituidos por otros formados en las escuelas de verano de su partido en donde aprendieron todas las más aviesas artimañas, propias de los fontaneros políticos, válidas para ser adoptadas en la realidad de unos sistema electoral de listas cerradas en las que el partido lo es todo y es a él al que hay que dar cuentas en vez de dárselas a la ciudadanía. Nuestra Constitución a propiciado una partitocracia en la que los intereses a defender son los del partido antes que los de los ciudadanos. Del otro lado del espectro político la situación es idéntica y es esa misma estructura partidaria la que ha posibilitado los Bárcenas, los Ratos, las Gurtel, las Púnicas, los Fabras… de forma que con estos nuevos mimbres no se puede reconstruir el viejo cesto.

Es imprescindible el abandono de los ya viejos hábitos y la creación de otros nuevos, a un lado y a otro del espectro político actual. El consenso necesario para conseguirlo depende, como sucedió otrora, de la generosidad y la altura de miras de quienes han sido convocados a hacerlo por medio del voto ciudadano y solo en última instancia, una vez demostrada su incapacidad absoluta para lograrlo, deberemos afrontar un nuevo proceso electoral en el que hayan desaparecido los nombres de aquellos candidatos que han hecho patentes tanto su incapacidad como la ausencia de la generosidad necesaria para ello.
 

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