Opinión

Prohibir, ese afán

La verdad es que cansa un poco este comienzo de siglo; no sé si vamos cada vez a peor o es cosa pasajera, pero no hay quien compre esta posmodernidad tan absolutamente obsesionada por prohibir, legislar, acotar, excluir. Desde lo mas banal -pese a sus consecuencias- a los más problemáticos debates morales, las posturas siempre son restrictivas, unívocas, ancladas en un pasado socialmente superado o tan falsamente progresistas que no hay quien las digiera.


No me voy a referir ya -otra vez- a Rouco Varela y su enésima condena a tres realidades radicalmente distintas pero que el cardenal unifica por obra y gracia de la doctrina de la Iglesia: la homosexualidad, el divorcio y el aborto. Meter todo en el mismo saco -en ese saco de la debacle moral- es pueril al margen de la fe; que la Iglesia siga empecinada en negar el divorcio y acepte esa hipocresía que ella misma bautiza como ‘nulidad’, clama al cielo; es tan absurdo que ni merece la pena dedicarle una línea más. Que siga tratando con ‘caridad’ la homosexualidad, me resulta aun más dañino a que la condene. Pero mezclar en este debate el aborto, que sí es cuestión de enorme trascendencia, lo único que hace es deslegitimar la imposible discusión. Y si la califico como imposible es porque hasta hoy en esos asuntos -y en otros aun más delirantes, como los preservativos o la píldora anticonceptiva- la Iglesia es sencillamente un muro trágicamente cimentado que violenta muchas conciencias de creyentes buenos, respetuosos pero que contemplan la vida desde la buena fe, la tolerancia y la libertad.


Saltar de estos dilemas de nada menos que la Santa Madre Iglesia a la Ley de Costas, resulta -lo sé- un disparate, pero para eso escribo en el día de los Inocentes. Y es que se quieren cargar los chiringuitos -esta vez el Gobierno- sin motivo aparente, por una especie de pseudo ecologismo sostenible. ¿Qué daño hacen las terrazas? Ninguno. ¿Qué beneficios producen? Muchos, desde laborales hasta sociales. Que no cuenten conmigo en una playa donde no haya un chiringuito. Otra cosa es prohibir algunos barracones insalubres.


Y lo último antes de que acabe 2009: en los vuelos a los EE.UU., los pasajeros no podrán levantarse de sus asientos en la última hora del viaje; da igual que sufran de la próstata o les haya pillado una diarrea. Prohibido. No contentos con humillarte antes de entrar en el avión varias veces, ahora no van a dejarte ir ni a los servicios.


Todo es excesivo: desde la Iglesia a la obsesión por la seguridad. Se entrometen en nuestras vidas, nos las ordenan, nos las dirigen, las planifican de una forma grosera. Si esta es la tendencia, el futuro va a ser muy negro.



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