Opinión

CAMINANDO EL CAMINO: HACIA SANTIAGO DE COMPOSTELA (III)

Ya va por la duodécima edición. Es del año 2000 la que acabo de consultar y leer. Se trata de 'El peregrino de Compostela', del famoso escritor brasileño Paulo Coelho. El subtítulo (Diario de un mago) conecta este relato con otro previo, 'El Alquimista', que fue un hito en la lista de publicaciones del narrador brasileño. Desconocía el relato que me llega de la mano de mi buen amigo José Sánchez, encargado de Caixanova en Parada de Sil. Ensoñación, brujería, magia, leyenda medieval, historia, catarsis física y espiritual y, sobre todo, búsqueda (antes como ahora) del objeto venerado, a modo de talismán de apropiación e identidad (la espada), y el final objetivo (la ordenación como Maestre de la Orden de RAM), confieren al relato la magia de una revelación, natural, metafísica y espiritual. Fija el cierre (closure) el que “tal vez consiguiese un día entender que las personas siempre llegan a la hora exacta donde están siempre esperadas”. Deviene en alegoría de la existencia humana: cada uno ya tiene marcado el final del camino y la hora de la llegada.

A modo de catarsis textual, se intercalan una serie de intertextos, en letra menuda, enmarcada con negros bordones trazados con las insignias del peregrino (la vieira y la cruz de la orden de Santiago). Invitan a la meditación y al ejercicio físico y ascético. Así reza el que se titula “El ejercicio de la semilla”: “Arrodíllese en el suelo. Siéntese después sobre sus talones y doble el cuerpo de manera que su cabeza quede en sus rodillas”. Once exhortaciones, de variada índole (alegóricas, esotéricas), van empedrando en letra menuda el relato. Es significativa la titulada “El Despertar de la Intuición (El ejercicio del agua)”. Se avisa: “No busque resultados prácticos a este ejercicio, porque él, poco a poco, irá despertando su intuición”. El peregrino de Compostela de Paulo Coelho, en diálogo con su acompañante Petrus, describe los fragmentos de un camino que deviene en alegoría de la propia precariedad y de la búsqueda de lo Otro: el simbólico RAM. Porque todo camino, por largo que sea, tiene una meta. Su final.

Y este peregrino, al igual que el texto de Coelho, asume en su horizontalidad los otros textos o marcos, a modo de pequeños retablos o altares románicos, que marcan un descanso interior en el arduo caminar. Como en los lejanos Cuentos de Canterbury, la narración figurativa avanza la global del peregrinaje. La alegoría enmarca el continuo desplazamiento de signos, y éstos han ido también peregrinando, en el relato de Coelho y en el camino hacia Santiago de Compostela, bajo un complejo ropaje de símbolos y leyendas (el Paso Honroso, Suero de Quiñones, los Templarios, el Maestre), de ritos legendarios y de fórmulas ascéticas y contemplativas.

Ya las enumeraba el sermón Veneranda Dies, incluido en el Liber Sancti Jacobi (I, xvii): “. . . otros lloran sus pecados, otros leen los salmos, otros dan limosna a los ciegos” (‘alli pecatta plorant, alii psalmos legunt, alii elemosina cecis tribuunt’). La ascesis a través del largo camino contemplaba un nuevo nacer (o renacer) simbólico: el desprendimiento de la polvorienta vestimenta, que se arrojaba bajo la cruz dos farrapos; el aseo y la limpieza en una fuente señalada, antes de acceder al templo del Apóstol. Antes como ahora, la tradición se lee y se rescribe, se funda y se refunda como un profundo anhelo de la conciencia humana: el caminar bajo la intensa lluvia que, a modo de un nuevo bautismo, cierra el relato: “el agua Viva descendía de los cielos y hacía que la hoja de mi espada brillara”. Revela la fe del narrador como creyente y su pasado como un añorado colegial de las prácticas de meditación de la Compañía de Jesús.

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