Opinión

Caminando el Camino: hacia santiago de compostela (VII)

Ya en los albores de la Edad Media el camino de Santiago no fue tan solo un espacio de devoto peregrinaje, de encuentros socio-culturales, y de punto de fundaciones y expansiones clericales, sino también un escenario lúdico que generaba una gran variedad de historietas, hagiográficas y bíblicas. Juglares y trovadores fundan, difunden y expanden el sentir amoroso, la ausencia y la espera del amado, la nostalgia del estar sin en el amado, y dan voz a una nueva lengua (galaico-portuguesa) que se expresa en suave voz femenina a través de las cantigas d?amor. Le otorgan carta de ciudadanía a la lengua gallega. Se fija en forma de albadas y pastorelas, adoptando temas políticos y sátira moral. Combina el relato hagiográfico con el canto del amor profano. Lo revela de modo excelente el gran acopio que el rey Alfonso X el Sabio llevó a cabo en esa magna antología de las Cantigas de Santa María, un memorable hito en la fundación y consolidación de una lengua que se distingue por su entrañable suavidad al narrar los afectos líricos y el sentimiento amoroso.


El camino de Santiago era también un tránsito (lo es) de idas y de vueltas. Y en ese codearse de gentes de variadas procedencias, ya vueltos de aquellas tierras situadas en el fin del mundo (Finisterrae),venerado el Apóstol en uno de los templos más bellos de la cristiandad, le quedaba al peregrino el poder imitar en piedra la suntuosidad del templo románico visitado. Su acallada oscuridad se repitió en multitud de humildes capillas e iglesias de peregrinación, románicas, presente tal influencia en el lejano San Martín de Tours y San Marcial de Limoges, concluye el insigne catedrático de Harvard, Arthur Kingsley Porter. La presencia en el camino de Santiago de importantes abades procedentes del mítico monasterio de Cluny importaron motivos y realzaron la singularidad del peregrinaje. El más insigne, inter allia, Pedro el Venerable, que pasó visitando los monasterios de su orden situados en Nájera, Carrión de los Condes, Sahagún y estableció contacto con el relevante equipo de traductores de Toledo y de quienes lo integraban (Hermann el Dálmata, Pedro de Toledo, y el inglés Roberto de Ketton). Porque el camino de Santiago fue también un señalado espacio de comunicación científica e intelectual.


La gran veneración de las reliquias incitó no menos el peregrinaje. Tal culto inmiscuía a todas las jerarquías y clases sociales. Estaba profundamente arraigado en el alto medioevo. Poseer una reliquias equivalía a tener parte de la persona del santo o santa venerados en casa. Otorgaba un contacto directo con la divinidad. Protegía de las asechanzas diabólicas y de toda suerte posible de calamidades a la que estaba (y está) expuesta la frágil existencia. Las pestes eran una amenaza permanente. Lo fue en varias ocasiones la peste negra. La búsqueda, hallazgo, compra, translación de reliquias a otras tierras o santuarios se convirtió en furta sacra. Se robaban, se comerciaba con ellas, se guardaban en relicarios, y el relato de milagros que procedían de una venerada reliquia movía a la edificación de un templo y al traslado multitudinario del venerado hallazgo.


Las disputas sobre la pertenencia de una reliquia enfrentó a pueblos en agudas reyertas. En mente, la fraguada hostilidad, aun presente, entre Alba de Tormes y Ávila, en torno a la pertenencia de Santa Teresa. De ahí el afán de custodia, de realzar la propiedad y de levantar un templo que protegiese el adorado tesoro. Los cruzados camino de Tierra Santa, en el albor de la Edad Media, movidos por un ciego afán de rescatar los santos lugares, realzaron no menos este fervor


La devoción popular que surgió en torno a las reliquias santificaban el lugar donde se hallaban depositadas. Uno de los más venerados fue el sepulcro de Cristo en Jerusalén; no menos la tumba de Santiago en Compostela.

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