Opinión

UNA MEZQUITA EN LA ZONA CERO: NUEVA YORK

La construcción de una mezquita, cercana al lugar donde se hallaban las Torres Gemelas (World Trade Center), situadas en el emblemático barrio del Wall Street neoyorquino, derribadas por dos aviones suicidas, tensa los límites de la tolerancia de los políticos norteamericanos. Hay aún muchas heridas abiertas. Entre las paredes derrumbadas, convertidas en agrias cenizas, muchos de los bomberos que allí perecieron nunca fueron encontrados. La propuesta de construir un centro cultural islámico, incluyendo una mezquita cerca de las torres abatidas es, para Sarah Palin, una provocación innecesaria. Más aún: 'apuñala los corazones' (it stabs hearts) de América, comenta la activa ultra conservadora del partido republicano, y candidata a la vicepresidencia del país en las últimas elecciones presidenciales. Sin embargo, Adele Welty, una abuela de setenta y cuatro años, cuyo hijo Timmy, de 34 años, se evaporó entre las cenizas, apoya el proyecto. El centro será una voz contra de fundamentalistas y los terroristas. Mostrará la cara de la otra moneda: la del musulmán pacífico, moderado, tolerante. Reafirmará el que América es un bastión en pro de la libre práctica de religiones y creencias. Tal centro vendría a ser la otra torre que identifica y proclama los sagrados valores del país: tolerancia religiosa, concordancia de ideologías opuestas, libertad de acción, moral cívica, respeto a un derecho fundamental básico: al Dios que proclama cada religión.


Pero es demasiado pronto para cerrar heridas, opinan algunas viudas. El centro cultural islámico estará muy cerca del trágico espacio que una vez fue el icono más representativa de la ciudad de Nueva York: de su imperio económico. Las cenizas de muchos de los desaparecidos están esparcidas por todo su contorno y deben ser respetadas. Tal espacio debe ser reverenciado como un lugar sagrado. La confrontación ha adquirido tintes provocativos. Detrás del proyecto está el gran promotor y activista del diálogo entre religiones, el imam Feisal Abdul Rauf, su esposa Daisy Khan y el constructor Sharif El-Gamal. En un principio, se le asignó el nombre de Casa Córdoba (Cordoba House) evocando así uno de los períodos más florecientes del mundo musulmán en los lejanos tiempos medievales de la memorable ciudad andaluza.


La confrontación sobre la elección de una mezquita en lugar tan señalado ha puesto en escena, encontrados, a los acusados de fundamentalistas frente a fanáticos e intolerantes. Ha contaminado el discurso político de republicanos y demócratas y la propuesta de que el Dios que rige América le concedió la misión de corregir los errores globales. El acto de erigir tal complejo cultural y religioso en los límites de un espacio, que Newt Gingrich considera un campo de batalla, es un acto, observa este recalcitrante republicano, con nuevas ambiciones políticas, un acto de arrogancia e hipocresía. Teniendo como fondo el cielo azul neoyorkino, y la impresionante estatua de la Libertad en el horizonte, el alcalde de la ciudad, Michael Bloomberg, llamó la atención sobre los valores en las cuales se funda su nación: el derecho constitucional de ser libres, y de atenerse a los dictados de las Ley, que no distingue razas, credos, etnias ni religiones.


Tal vez no es cuestión de religión, de tolerancia, paranoia o política sobre el futuro enclave de esta mezquita; más bien de cómo dar voz al dolor privado de una gran tragedia en un espacio público o de cómo congelar la memoria de tanto dolor. El proyecto sigue adelante con un coste de cien millones de dólares. Su promotor, el imam Rauf, hijo de madre polaca y de padre egipcio, ya tiene en mano todas las licencias aprobadas para iniciar la construcción del proyecto (mezquita, gimnasio, piscina, centro para la tercera edad, guardería infantil, auditorio para unos quinientos asientos).


Un comité interreligioso y no confesional supervisará su organización. En mente: mostrar el lado moderado, caritativo y piadoso del Islam.

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