Opinión

La villa del libro: Urueña

AUrueña llegó Antonio Colinas, el poeta leonés orillando las riberas del Órbigo, desde su La Bañeza natal. En el alto de Urueña fabricó un edificio de palabras celestes. Un monumento de música (las evocadas arias de Händel), de luz, de manojo de cardos y ortigas, sobre el pueblo amurallado. Fue deletreando, piedra a piedra, o mejor, verso a verso, en grávidas estancias de endecasílabos, heptasílabos y epigramáticos trisílabos ('llora la luz'), un espacio a medio camino entre cielo y tierra, sumido en el silencio que forman, acalladas, un enjambre de estrellas. Urueña. La villa del libro, 'en donde se inventa la infinitud de los amarillos: / un espacio en el centro del centro de Castilla'; 'y en donde hasta el espíritu suele arrodillarse / para hacernos su ofrenda / en rosales de sangre'. Una tierra, en pleno campo de Castilla, vieja, solitaria, hendida y fundida en el grávido grito del silencio.


En Urueña la lectura se hace historia y el libro antiguo se atesora y almacena a la espera del viajero ansioso de lecturas y cartapacios ennoblecidos. A Urueña se llega desde la Corte madrileña por la A6, que a la salida de la cercana Benavente, se ramifica hacia las Rías Baixas, hacia A Coruña por Astorga y hacia la monumental ciudad leonesa, estirando sus ramales hacia el vetusto Oviedo y el agitado Gijón. Es necesario el desvío hacia Urueña, allá en lo alto, amurallada, silenciada por el ágil revoloteo de vencejos y curiosos lectores, faenados en alocadas lecturas, a modo de desmemoriados Quijotes, en busca de la lectura perdida. Allá en lo alto.


También llegó el poeta. Subió su colina Antonio Colinas. Atisbó sobre sus miradores la luz transitada de verde y de nacientes trigales, 'el pueblo amurallado y muerto', a modo de salmo o tal vez de 'corona de piedras inciertas', envuelto en el olor del tomillo más nocturno. Y, a modo de Moisés sobre la cumbre, movido por los silbantes aspergeos de las arias de Händel, regresó infundido con la mágica pregunta: '¿Conocéis el lugar?'


El poema se hizo, verso a verso, el no-lugar de Urueña, en el mito de la voz que lo narra y del espacio que lo evoca. Es la villa del libro, Urueña. Librerías y establecimientos repartidos por calles, corros y esquinas. Doce en total, con sugestivos nombres: 'El Rincón escrito', 'Librería Alejandría', 'Alcuino Caligrafía', con especialidad en el libro antiguo, raro, viejo o descatalogado.


Urueña combina el turismo rural con el cultural. Invita a viajeros y bibliófilos a recorrer sus empedradas calles, siguiendo los modelos europeos tales como Hay-on-Way (la más antigua villa del libro, situada en la frontera entre Gales e Inglaterra, Reino Unido), Montelieu (Francia), La Redu (Bélgica), Monterregio (Italia). Urueña presenta la historia de la evolución del libro en un pequeño museo. Forma parte de la historia cultural de la humanidad. De la arcilla y el papiro, que fijaron variedad de alfabetos por tierras de Mesopotamia y Egipto al venerado espacio de producción, ya entrados en la Edad Media, del scriptorium monacal. El monje amanuense forraba con pergamino el venerado códice y sobre el tieso papel, con pulsada paciencia, trazaba letra, iluminaba la alargada caligrafía, pigmentaba su trazado y con figuras alegóricas alternaba el múltiple significado de la letra iluminada. Nunca mejor el mandato del Ora et labora tuvo tan digna aplicación.


Gutenberg transformó el scriptorium en taller de imprenta, la mesa en chibalete, la frágil pluma de ganso por los tipos móviles, por el componedor y la prensa. El libro industrial ha dado paso al electrónico , y el lector en papel al lector digital. Urueña es también la breve historia de la evolución de ese gran artefacto, el libro, que da voz a la existencia milenaria del hombre enfrentado a su frágil existencia. Es su mejor testamento.

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