Ahora que la televisión pública se ha convertido en un videoclub, al mirar las cifras de audiencia que reflejan cuántos espectadores llegan a ver completas las películas que se programan vuelvo a comprobar el poder excelso de la televisión. El lunes La 1 contraprogramó a La 2, mientras que La 2 contraprogramó a La 1. Porque si La caja 507 era un thriller soberbio de Enrique Urbizu, Napola suponía una interesante aproximación a los totalitarismos a cargo de Dennis Hansel, de quien un par de años más tarde nos llegaría La ola. Pues bien, La caja la vieron más de tres millones de espectadores, y Napola, casi un millón y medio. Unas cifras tremendas si las comparamos con las que tienen lugar en los cines. Recordemos que Los condenados y Petit indi, tan ponderadas, anduvieron en torno a los diez o quince mil espectadores en todo el territorio nacional. Que El cónsul de Sodoma, a pesar del ruido mediático generado, sólo fue vista por algo más de veinte mil. Y que La mujer sin piano, a pesar de la presencia de Carmen Machi, difícilmente superará esas cifras.
¿Los peros? Siempre hay un pero en toda situación. Andan esperando en Versión española las proyecciones y los coloquios de El prado de las estrellas de Camus; de Luna de Avellaneda de Campanella y de Luz silenciosa de Carlos Reygadas. Sobre todo esta última representa un tipo de cine que no parece tener cabida en los esquemas de la televisión actual sin pausas, que debe sumar espectadores sí o sí. Si para que Versión española se emita en La Primera hemos de perder el derecho a que acoja todas esas películas y coloquios que permanecen en lista de espera, sin duda que hemos salido perdiendo en el cambio.