Opinión

Círculo vicioso

(JORGE PEREIRA)
photo_camera (JORGE PEREIRA)

Twitter somos cuatro gatos que a veces se lamen y otras se arañan. Pero esta red social acaba de implantar una fórmula para zafarse de los zarpazos y aumentar los lametones: la posibilidad de publicar el tuit sólo para un círculo de elegidos, ¡un círculo de lectores!, un poco como el presidente del Gobierno, que ha acogido en la Moncloa a su círculo de electores para que le pregunten como Dios manda y no como los periodistas, que lo hacemos a tontas y a locas.

Se constata así una tendencia a reducir el ágora a una placilla acordonada con derecho de admisión, no sea que le lleven a uno la contraria o, simplemente, lo ignoren. Porque el ego sufre con el rechazo o la indiferencia, el ego llora, ¡se vuelve Calimego! Para no dañar el frágil cascarón de la autoestima se busca una comunicación con filtro, el signo de nuestro tiempo; no se ansía un auditorio sino un laudatorio, la adhesión ovacionada. Ya adelantó Ortega y Gasset que a la gente no le importaba la veracidad de sus ideas, sino la defensa de algo. 

Twitter —que en realidad lo inventó Sofía Mazagatos cuando dijo que seguía a Vargas Llosa, pero que no lo leía— funciona como ofendidódromo e invita a ponerse en la hiel del otro. Tuitear es improvisar una pirueta sobre el vacío de la actualidad, ser un saltimbanqui que ensaya sin red y que, por tanto, puede caer sin aviso ni gracia sobre la cabeza de cualquiera. Al escribir sólo para un círculo se pretende tuitear con red, aunque presumiendo de temeridad, pues el perfil sigue público, algo así como autodenominarse presidente de la gente —¡presigente!— y comportarse como presidente de tu casa. Se trata de no arriesgar audiencia, porque hay quien pierde un seguidor y parece que se le hubiera caído un diente.

Creo que fue Benedetti quien aconsejó evitar en la vida tres figuras geométricas: las mentes cuadradas, los triángulos amorosos y los círculos viciosos. Comunicar sólo para la claque es de cabezas cuadradas y deviene en círculo vicioso. Al hablar o escribir para el aplauso, también se escucha o se lee para aplaudir los propios pensamientos. Se estaría alentando la prevalencia de un lector u oyente dependiente, cuando lo deseable sería un lector u oyente independiente, capaz de acudir al texto o a la parrafada sin pompones de animadora: no para regodearse en sus propias convicciones, sino para retarlas o, sencillamente, para deleitarse.

Hoy se quiere todo a medida para recortar en incertidumbre: público a medida, autores a medida, obras a medida, votantes a medida, amantes a medida, ocio a medida… Mas no existe una sastrería de la vida que entalle los días hasta que no asome ni un centímetro de incerteza. Quien persigue reducir la incertidumbre acorta su facultad de sorprenderse; y qué mayor certeza de seguir vivo que estar dispuesto al asombro. ¿Acaso no se duerme con la boca abierta para dejarse sorprender por los sueños? Para prescindir de círculos, candados y demás profilaxis comunicativa bastaría con conocer esa forma superior de hablar que es saber qué no decir o asumir la crítica con la deportividad de Jacinto Benavente, que solía hablar bien de Valle-Inclán, cuando le dijeron que don Ramón despotricaba de él: «Quizá estemos equivocados los dos».

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