Opinión

El abrazo infiel

Los abrazos son paréntesis de cariño. Pero, según un estudio, si son largos, pueden considerarse también una suspensión de la fidelidad, un Kit Kat del compromiso, unos cuernos en forma de abrazadera, tipo ñu azul. Ya no se puede abrazar impunemente con vocación de eternidad, como en un cuadro de Klimt: se arriesga uno a la promiscuidad o a que le tiren sopa de tomate. Para no ser infiel habría que entregarse a abrazos rápidos, como los que se daban Luis Ciges y su hermano pequeño en Rusia no fuera a caer un obús y perdiera la madre a ambos.

No aclara esta investigación si cuenta como engaño estrechar prolongadamente al Apóstol o a un árbol, ni en cuántos segundos se corre riesgo de embabrazo. Ni si hay más cuernos en un achuchón veraniego que en uno navideño, o en uno de andén que en uno aeroportuario. A cambio, el estudio aporta una conclusión inesperada, nunca imaginada: es la circunstancia la que determina que el abrazo duradero pueda ser tomado por infidelidad. Esto es, si halla a su pareja desnuda en la cama fundida como queso cheddar sobre otra persona, lo más probable es que no se trate de una clase de reiki. Pero, ante la duda, cabe preguntarle en qué contexto está abrazando. Si es en un contexto alemán, como los participantes de este estudio, desconfíe: ya dijo Camba que los alemanes eran más de abrazar cervezas, salchichas e ideas.

La ciencia, que no es capaz de encontrar una explicación convincente para el exceso de mortalidad, además de descubrirnos que hay abrazos desleales, destapa que allá donde hay gobernantes con sobrepeso la corrupción es gorda, y que las personas mentimos más por la tarde. Y es de agradecer la difusión en los medios de tesis tan sesudas o iríamos por ahí esperando verdades al atardecer o ciñendo entre nuestros brazos a desconocidos, como si fuéramos políticos. Lo desconcertante es que un día se nos descubre que lo satisfactorio es el poliamor y otro, la fidelidad. Hagan el favor de definir una línea editorial: a saber, si los hombres con barba son más infieles -más canas al aire, claro- y tienen el pene más pequeño, o si son mejor partido. Así no hay quien viva.

Nunca ha habido tantos estudios absurdos como desde que hay tan poca reproducibilidad en la ciencia. Replicar las investigaciones de otros para ver si las conclusiones coinciden no encaja en la actual dinámica de publicar mucho y deprisa, de medir los resultados al peso. Los medios abrazamos cada vez más este tipo de estudios disparatados con tal de animar al clic, retorciendo las conclusiones en titulares que parpadean como letreros de clubes de carretera. Se trata de un periodismo de estudios digno de estudio, pues otro análisis revela que la mitad de los estudios que se leen en prensa son falacias sin rebatir, patrocinadas por intereses despegados de los problemas reales, con el único fin de llamar la atención. La curiosidad acabará matando al dato, porque el conocimiento exacto admite menos manoSEO, se posiciona peor en los buscadores de internet. Habrá que confiar en esa ciencia útil que es el sentido común. Y no dar nuestro abrazo a torcer. “Nos salvaremos por los afectos”, apuntó Ernesto Sabato. Hay abrazos que calientan para toda una vida.

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