Opinión

Hasta que el Hola los separe

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Se está generando empleo de calidad», ha celebrado la ministra de Hacienda. En el recuento con pompones de animadora de los éxitos gubernamentales sólo le ha faltado atribuirse la vuelta de Íñigo Onieva a la portada del Hola como pijo discontinuo. Su reconciliación con Tamara Falcó sobrevuela la crónica rosa para posarse entre la grisura de la prensa diaria como una suerte de paloma de la paz más lograda que la pedrochiana de las Campanadas. Hoy el periodismo va, además de aniversario en aniversario, como apuntó Ferlosio, de ruptura en reconciliación, tentaciones del clic. Si por algo interesan las reconciliaciones de los demás es porque solemos tener pendiente alguna propia.

«Cada vez que vendo 100.000 ejemplares de Por quién doblan las campanas perdono a un hijoputa», voceaba Hemingway. No sabemos si Tamara Falcó seguirá el mismo método con el Hola. O si habrá interiorizado que el talón de Aquiles del hombre está algo más arriba, en un «enamoramiento de la pichula», que diría Vargas Llosa. El caso es que, para compensar la disolución de la marca Porcelallosa, la marquesa de Griñón le ha levantado el castigo a Íñigo Onieva igual que Merche absolvió a Antonio Alcántara en Cuéntame, cuando jugó a ser un Don Draper con chándal. Como buena cristiana, a Tamara le ha importado más el perdón que el pendón, por más que la mayoría dude del propósito de enmienda de su novio. España es un país donde hay más voces cuestionando la redención de un infiel que la de un terrorista. «Soy tuya y no soy tuya», le confiesa un sistema operativo a su novio humano en Her: ama a otros 640. Comparado con esto, cualquier nanosegundo en el metaverso es una nadería.

El secreto del éxito de una relación reside en ser capaz de olvidarlo todo menos la lista de la compra y los aniversarios. Por eso es más fácil arreglarse con uno mismo que con el prójimo. A menudo las reconciliaciones suelen ser rencorciliaciones: los reproches se guardan, todavía humeantes, en cartucheras hermosamente bordadas de promesas y expectativas, pero dispuestos a desenfundarse a la mínima ocasión, máxime si los trapos sucios se han enjuagado en el lavadero mediático, donde de poco sirve ese detergente blanqueador que es la memoria. Es duro ser famoso: por si no fuera bastante con acribillarse a recriminaciones como el común de los mortales, Tamara e Íñigo también podrán tirarse las revistas y las grabaciones de vídeo a la cabeza.

No hay forma perfecta de amar, salvo lograr identificar a quién no amar. Algunos necesitamos dar muchas oportunidades para caer en la inoportunidad de una relación, porque el amor no es ciego, tiene vista cansada, y la proximidad del cariño emborrona los defectos del otro; no digamos el Photoshop de las exclusivas. Además, como concluyó Jacinto Benavente, «la perfección tiene mucho de incomprensible y nunca son los mejores los más amados». Alegrémonos por Tamara e Íñigo, que encaran el año nuevo con más ambición que apuntarse al gimnasio, unidos por la misa del gallo hasta que el Hola los separe. Ya se sabe que el amor es un posado, dos posados, tres posados, cuatro posados, tres posados, dos posados, un posado...

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