Opinión

Jabón de alquitrán de abedul

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Casi todas las culturas, salvo la nuestra, que se empeña en olvidarlo, adoraban a los árboles. De alguna manera, el humano ha comprendido desde antiguo que estos seres están entre el Sol y nosotros. Colgados de sus ramas empezó la evolución y en ellos encontramos lo necesario para la vida: refugio y combustible, alimento y medicina. Y esto por no hablar de los árboles como las súper criaturas que hacen posible el aire que respiramos, que transforman la luz en azúcar y que, como han dicho druidas y etnobotánicos, hablan, cooperan y sienten. 

Pero hablemos de un solo árbol, el abedul. Es el árbol mágico de los rusos. Su corteza blanca llama al espíritu cuando está pelado en invierno y sus ramas desnudas reflejan una luz que pasa de plata a cobre según avanza el frío. La piel blanca del abedul blanco (betula alba, nuestro bidueiro) está marcada de signos oscuros y cicatrices. Es fácil desprenderla en tiras y conseguir un papiro sobre el que escribir o unas suelas para proteger los pies al caminar por la nieve. En el tronco de cada abedul se puede interpretar un ojo negro que te mira y una flecha que señala el camino cierto. Su piel untuosa contiene una brea útil que ya usaban los neandertales y otros humanos primitivos a modo de pegamento alquitranado, como así parece refrendar la paleoarqueología. Y es que el abedul arde mágicamente. Arde rápido y bien. Lo saben los panaderos, que lo usan para templar sus hornos. El abedul que nos ocupa es el que el fuego convierte en jabón a partir de su alquitrán.

Llegué a este jabón de abedul ruso pasando por el de alquitrán de pino que usan los portugueses. Es un jabón rudo, antiséptico, ideal para restaurar el equilibrio de la piel y el cabello. Al usarlo, toda la geografía de uno mismo huele al humo del árbol carbonizado. Humo que limpia como el humo ritual. Fuego que se hace espuma en el agua. Este jabón ancestral es como la ceniza que cubre el cuerpo de renunciantes y anacoretas. Con él, la ducha es una purificación total. Limpia el cuerpo y protege el espíritu. Es una puerta secreta (y baratísima) a los pensamientos importantes.

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