Opinión

Pequeña colección de plumas

Plumas.
photo_camera Plumas.

Todos los ancianos con los que hablo en mis paseos por esta provincia-geriátrico me dicen lo mismo. Que ya casi no hay pájaros. Que todos se han ido, como las personas. Que aquí ya no queda nadie.

Y yo, que he nacido a este lado del tiempo, los escucho e imagino aquellos veranos cereales, con los zarzales labrados, los árboles sin talar y ejércitos de chipchips alados en las ramas y en los sembrados. Dicen los científicos que en los últimos 25 años han desaparecido la mitad de los pájaros del planeta. Por eso me congratulo en cada encuentro y celebro la visita de cada pájaro como la de un viejo amigo. Quizá sea la última vez que nos veamos.

He ido aprendiendo un poco de la compañía de estos seres, lo que queda vivo de dinosaurios. Por el día saludo a los arrendajos chivatos que chillan cuando entro en el bosque con la bicicleta. Y a alguna de las águilas ratoneras que cazan en el pasto junto a la ermita. Allí están los verderones, los herrerillos, también los cuervos. Cada primavera aguardo al cuco para que me responda con su canto a la pregunta que llevo guardando todo el año. Y estos días vigilo a las golondrinas que vuelan la plaza de la aldeíta de al lado para despedirme antes de que emprendan vuelo de regreso.

Tengo la fortuna de vivir junto a una pareja de oropéndolas y escuchar su canto burbujeante. Es complicado verlas pero alguna vez he encontrado su pluma amarilla, como un lingote de oro sobre la hierba. En cada paseo, recojo estos pequeños trofeos y los dejo sobre el mármol de la mesita de la entrada. Así, dispuestas sin remilgo, están plumitas negras de mirlo y azuladas de urraca, las cobalto del arrendajo y la parda de una de las lechuzas que me visita cada noche y por quien me preocupo cuando dejo de sentirla.

Las plumas no son un objeto, pero son una presencia en su rincón junto a la puerta. Una presencia acompañante. Por eso las traigo hasta estas líneas. Son regalos de otros que ahora están conmigo y tienen una memoria poderosa. Saludarlas es saludar a todos estos compañeros de bosque que van dejando de cantar, mientras nuestras vidas humanas quedan en un silencio insoportable.

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