Opinión

Radio Philips Philetta de 1954

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La gran fortuna de habitar como un Robinson estas aldeas despobladas es, además de la compañía de los árboles, la del silencio mineral libre de humanos. Entre estas ruinas se aplaca el ruido del mundo y uno puede reconstruir con el pensamiento cómo sonaba la vida que está por debajo de la vida de superficie. 

Pienso en todo esto cuando enciendo mi vieja radio Philips Philetta, un modelo clásico de los años cincuenta. Está hecha de baquelita, el antepasado del polímero de plástico y fue soldada y ensamblada a mano por algún obrero holandés. Su circuitería a válvulas, con el audio en mono consigue un sonido fantástico, lleno de verdad. Por eso la he hackeado con un pequeño chip para hacer sonar la música sin cables desde mi teléfono. Así puedo escuchar a Christophe Coin o a Jean Rondeau toca r barroco con el aroma a cable quemado y al polvo caliente encima de las lámparas. A sus casi 70 años, esta radio suena mejor que ninguno de esos altavoces inalámbricos con un robot dentro con los que nos han uniformado. Su pequeño altavoz es capaz de separar la música en planos diferentes sin ninguna ecualización artificial y libera el sonido en su dimensión espacial orgánica. La música aquí suena diferente y por eso hay que escucharla diferente. Escucharla escuchando, esa difícil simplicidad.

Alrededor de esta radio, que se vino conmigo del norte, habrán pasado noches enteras varias generaciones de muertos. Tengo presentes todas esas manos al manejar las ruedas de volumen y sentir el calor que libera la Philetta por la parte de atrás, con sus válvulas brillando y cubierta por un cartón con un esquema de las conexiones escrito en alemán. Cuando cae la luz, dejo que sea la bombilla ambarina del dial la que ilumine la casa y, si juego a sintonizar alguna emisora, el aparato vibra y se hace fuerte. De alguna manera recuerda su gran misión: llevar noticias a los lugares sin noticias y ser a la vez entretenimiento y verdad. La radio, como el fuego, nos convoca a la gran conversación. A esta belleza se le tolera romper todos los silencios. Apaguen sus desbrozadoras. Enciendan la radio. 

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