Opinión

ALGO ESTAMOS HACIENDO MAL

Cuando ocurre lo que está pasando en las ciudades de Inglaterra. Y podría ocurrir en Madrid, Barcelona, Roma o cualquier otra ciudad de Occidente. Aunque el detonante fue la muerte de un ciudadano negro a disparos de la policía, no se trata de una rebelión juvenil contra la política de inmigración o los recortes sociales. Es un simple saqueo para divertirse en grupo y tomar por la fuerza aquello que entienden se les ha prometido desde niños: el consumo a voluntad de productos de última generación. 'Es un asunto de jóvenes haciendo de jóvenes; es la mentalidad que hay ahora', dice Joe, un muchacho que trabaja en Brixton, uno de los barrios londinenses afectados.


No están atracando bancos ?supuestos culpables de la crisis-, ni protestan ante las instituciones. No asaltan supermercados para llevarse comida. Saquean tiendas de teléfonos móviles, de informática, de ropa deportiva? Hoy en día no se es nadie sin el mejor smartphone para estar bien 'conectado'. No es una batalla ideológica ni política la que estos jóvenes están librando, les da lo mismo una multinacional que un establecimiento de comercio justo. Tampoco es una revuelta étnica: caribeños, negros e ingleses de toda la vida comparten ante los escaparates los palos y los cócteles molotov.


Tremendas las imágenes de un grupo de revoltosos atendiendo tras un golpe a uno de ellos, mientras hurgan en su mochila y le roban lo que quieren sin oposición alguna, tirando al suelo a los pocos metros aquello que les parece de poco interés. Es el paradigma de la decadente sociedad de la opulencia en la que vivimos. Desnuda de valores y llena de pretensiones. Y de jóvenes educados para tenerlo todo sólo con desearlo.


Y en medio de la interminable crisis económica, los adultos anhelamos volver a los niveles de consumo privado que tuvimos como la única forma que se nos ocurre de retomar la senda de crecimiento en nuestros países y en nuestras comunidades. Es la receta más repetida. En cambio, nadie habla de valores para salir de la crisis. Nadie invoca en serio el cambio cultural. Son pocos los que educan a sus hijos en saber vivir sólo con lo verdaderamente necesario. Que es mucho menos de lo que podemos imaginar. La mejor herencia para los convulsos tiempos que se avecinan.


Y en las calles de Londres está el resultado. La solidaridad, el respeto, la superación, el compromiso social y político son sólo viejas palabras obsoletas. Lo de ahora es pedir, comprar y exigir. Vivir del crédito ilimitado, de la hipoteca basura interminable. Estirar al máximo la virtual y engañosa 'capacidad de deuda' para aparentar que el cuento de hadas puede continuar. Un nefasto ejemplo para los jóvenes que seguro desemboca en violencia. Ahí reside el moderno huevo de la serpiente, con las redes sociales -tantas veces invocadas como el nuevo faro de la libertad y la democracia 'avanzada'-, oficiando de heraldos que convocan a masas desnortadas.


Algo estamos haciendo mal cuando los indignados de la Puerta del Sol juegan con la policía al gato y al ratón por un 'quítame a mí esa plaza', en vez de protestar contra las Bolsas de Futuros en materias primas que están en la base del desastre alimentario del cuerno de África y de la hambruna en Somalia. Ni una palabra les hemos oído sobre ello. ¿Es más importante entonces el lugar para acampar con el estomago lleno, que preguntarse por qué hay hambre en un mundo de abundancia en el que incluso los alimentos han perdido su función, la de alimentarnos, para ser otra mercancía especulativa más?


Algo estamos haciendo mal cuando el gerifalte de S&P, al que nadie ha votado ni a nadie representa, se permite el lujo de retar al presidente de los EE.UU. y provocar, para exclusivo beneficio de unos pocos, un nuevo quebranto al bienestar de los ciudadanos del mundo. No es tiempo de buscar culpables. Es hora de cambiar los objetivos personales, las ideas y las costumbres. Todos.

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