Opinión

EN LA CIUDAD, SIN CASCO

Dicen que el sentido común es el menos común de los sentidos. Si lo importante es que cada vez más personas incluyan el ejercicio físico en su vida cotidiana, y para ello usen la bicicleta como el modo de transporte urbano más sano, bonito y barato... Si la obesidad y el sedentarismo son las dos grandes epidemias de los países occidentales en el siglo XXI, y matan cada día a cientos de miles de personas en el mundo... ¿A qué viene implantar ahora la obligatoriedad del casco para el uso de la bicicleta en el ámbito urbano? Una medida que sin duda va a limitar el número de ciclistas habituales en las ciudades a cambio de un pírrico beneficio en términos de seguridad vial. ¿Por qué no obligamos del mismo modo al conductor, al copiloto y a todos los viajeros de coches, camiones y autobuses a llevar un casco en cada asiento, sabiendo que también en la ciudad los traumatismos craneoencefálicos son la consecuencia más grave de los accidentes de tráfico en los vehículos a motor? ¿O por qué no colocamos airbags por debajo de la ropa, en las caderas de las ancianos para evitar las graves fracturas que las caídas producen con tanta frecuencia en ese tramo de edad y el consiguiente gasto de recursos sanitarios? Y... ¿qué tal si extendemos la paranoia de la seguridad absoluta hasta el infinito?


La cuestión es que España va a ser el único país europeo en implantar esta limitación en su territorio. Una limitación que producirá una disminución de entre un 20 y un 40% del número de ciclistas urbanos, tal como indican estudios y experiencias similares en Australia, Nueva Zelanda, etc. En Ourense no va a notarse mucho por las características de la ciudad, pero imagínense en Barcelona, Sevilla?


En cualquier caso, el sentido común nos llevaría a pensar que, si de salvar vidas y promover hábitos saludables se trata, resultaría más útil trazar en todas las ciudades una buena red de carriles-bici. O como Perico Delgado sugiere, habilitar ayudas económicas desde las empresas para facilitar la compra de bicicletas a los empleados y funcionarios con el fin de utilizarlas para ir al trabajo.


En fin, una medida desproporcionada tomada por burócratas que nunca han andado en bici por la ciudad. Rechazada por la mayoría de los municipios -de todos los colores políticos por otra parte-, por las empresas de alquiler de bicicletas, por las asociaciones de ciclistas...


Nadie ha tenido que obligar a los esquiadores o a los ciclistas de montaña a usar casco. La mayoría lo llevamos siempre. Por sentido común y conocimiento del riesgo. Ya somos mayorcitos para discernir, sin necesidad de paranoicas imposiciones, cuáles y cuántas deben ser las precauciones a tomar. Y para medir por nuestra cuenta los inevitables peligros a los que el hecho mismo de vivir nos aboca.?Por eso, en la ciudad, sin casco y con bici.


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