Opinión

LA DAMA

Birmania es uno de los países más pobres y aislados del mundo. Una de las muchas naciones 'paria' de la tierra. Sojuzgada desde 1962 por una férrea dictadura militar, ha sufrido la represión más continuada y sangrienta de los estados descolonizados a mediados del siglo XX en el sureste asiático. En las últimas semanas parecen correr, por fin, vientos de cambio y libertad, fruto del bloqueo internacional y de la pacífica resistencia de la maltratada oposición interna, representada y liderada por Aung San Suu Kyi, conocida como 'La Dama' y Premio Nobel de la Paz en 1991.


Unos 200 presos políticos han salido estos días a la calle y el petrificado régimen ha anunciando reformas esperanzadoras: libertad sindical y de prensa, desarrollo económico y social del país... Aunque estos anuncios, conociendo el carácter despótico de sus corruptos dirigentes, deben tomarse con precaución y escepticismo, conviene que la comunidad internacional aproveche esa brecha para blindar e impulsar esta tímida apertura.


Birmania lo merece, después de tantos años olvidada, abandonada a su suerte. También lo merecen los cientos de miles de refugiados birmanos en Tailandia y sus hijos apátridas, no registrados nunca como nacidos, despojados por tanto de los derechos humanos más elementales. No cuantificados siquiera entre los 7.000 millones de oficiales habitantes del planeta. 'Inexistentes' vidas de las que nadie se responsabiliza.


Las bases en las que se sustentan las dictaduras son el miedo y la ignorancia. Cuando desaparecen, la libertad se abre paso con firmeza y rapidez. Bien lo sabemos en España. En Birmania, avanzado el siglo XXI, aún se palpa el miedo que hace perder la dignidad y la autoestima. Algunos intentan vanamente recuperarlas en el refugio enajenado de la superstición, que videntes e 'iluminados' varios venden en los montes sagrados, donde habitan los espíritus protectores, los coloristas 'nats'. Los birmanos, como una buena amiga escribió en la crónica de su viaje, hablan poco del régimen y, si lo hacen, 'susurran más que hablan'. También callan y humildemente pagan cuando los militares corruptos colocan un peaje sin sentido alguno en medio de las carreteras polvorientas, exigiéndoles para el paso el poco dinero que tienen y tanto necesitan.


'La Dama' simboliza lo contrario a la ignorancia y el miedo. Suu Kyi es culta y valiente. Habla correctamente francés, inglés y japonés. En su exilio interior ha escrito varios libros, en los que reflexiona sobre la cultura birmana y la historia reciente del país, desde la independencia, en la que su padre jugó un papel fundamental, hasta nuestros días.


Digna y solemne en su austera expresión, 'La Dama' es para Birmania 'la mujer morena resuelta en luna' de la 'Nana de la cebolla' de Miguel Hernández. Una madre y un referente para el pueblo, que los sucesivos dictadores no han podido destruir ni comprar, a pesar de su interminable arresto domiciliario y de la inmisericorde denegación del visado para asistir en Londres al entierro de su marido, el escritor y académico inglés Michael Aris. A quien tanto quería. Una historia de amor para con su país y su compañero, llevada al cine este mismo año por el francés Luc Bresson en 'The Lady'.


'La Dama' confía en la solidez ética del milenario budismo theravada, mayoritario en Birmania, y entiende que la liberación debe partir del respeto a la particular forma de entender la vida de los birmanos, sin el automatismo de la mera transposición de valores y modelos occidentales.


La bien ganada credibilidad de Suu Kyi debe ser suficiente para que la comunidad internacional se implique de una vez por todas en el proceso de apertura que hoy se vislumbra en la luminosa y martirizada Birmania. Si así ocurre, 'La Dama' habrá ganado su admirable batalla. Ojalá que así sea.

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