Opinión

PLACERES

El placer es un alimento básico para el espíritu. Por eso conviene reservar, cada día, un momento para encontrarlo. El placer es parte esencial de la civilización. Sin él seríamos bárbaros. Los momentos más fecundos de la humanidad han llegado de su mano: la Grecia epicúrea, el alegre París de la 'Belle Epoque'?


¿Existirían la pintura, la escultura, la literatura? en un mundo triste que huyera del placer? Seguramente no. Periodos oscuros de decadencia cultural y baja producción artística como la Edad Media ejemplifican la respuesta. La ignorancia, el aislamiento, el miedo, son enemigos del placer. Y por tanto, del ser humano en plenitud.


En nuestro país hubo tiempos, aún recientes, en los que el placer estaba prohibido: era pecado. Los que pasamos de los cincuenta tacos, tuvimos que buscarlo a tientas en una infancia lastrada por las tinieblas de la culpa. Hasta que el viento fresco de la historia se llevó por delante al dios castrador de los confesionarios y a la vil dictadura que, en él, justificaba su vigilancia represora. Así llegó la creativa libertad de los ochenta, y el placer secuestrado de los años perdidos se hizo carne, música, cine...


Después, poco a poco, sin hacer ruido, el mundo global nos ha traído la era de los orgasmos rápidos que se pierden los prolegómenos, los momentos intermedios y el regusto de la memoria. Es esta una época de placeres de fácil consumo, instantáneos como el café soluble. El beso robado tras la aventura de la seducción y la aproximación a fuego lento, ha dado paso al 'aquí te pillo, aquí te mato' de las noches de alcohol a granel y ruido insoportable en locales subterráneos y brumosos.


Todo está hoy demasiado a mano. Demasiado cerca. La industria del entretenimiento y sus productos de consumo masivo se encargan de ofrecernos el placer ya masticado. Sin el valor añadido de la elaboración reposada del deseo. Sin el regusto y la complejidad que multiplica el disfrute. Sin la esencia del placer: su carácter personal e irreproducible.


Y es que hasta para el placer se necesita esfuerzo y paciencia. Como en el trabajo, otro de los indispensables alimentos del espíritu. Nada más redondo y satisfactorio para una vida bien aprovechada que disfrutar en tu ocupación habitual del 'trabajo gustoso' y placentero, tan bien definido por Juan Ramón Jiménez ya hace casi un siglo.


Porque el placer es, sobre todo, cultura. Necesita maestros que transmitan sus códigos, de generación en generación, en la esperanza de que sean continuamente mejorados. La ceremonia japonesa del té, la hondura en la muleta del buen torero, la cata del vino en la bodega?, requieren de un cierto conocimiento previo para poder alcanzar el máximo placer al experimentar las sensaciones que transmiten. Para disfrutar de verdad de una buena lectura es necesario haber leído mucho. Es difícil vibrar con una ópera si no has aprendido previamente a conocer sus entresijos.


El placer vive pegado a los sentidos. No cuesta dinero. Está tan cerca de nosotros que, con frecuencia, no somos capaces de descubrirlo. El placer es olor en el perfume del mar de las rías, sabor en los tomates frescos del verano, oído en la música que escuchas mientras el sol se esconde en el horizonte rojo, vista en los ojos azules que tantas veces pasan a tu lado, tacto en la frescura del agua que arrastra el sudor de las tardes de agosto... No es fácil diferenciar la felicidad del placer verdadero. Son las dos caras de una misma moneda. Que siempre llevamos en el bolsillo sin reparar demasiado en ella.


Una amiga mía, en la cabecera de su blog, anima a recuperar los placeres perdidos. Un buen consejo, sin duda.

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