Opinión

Lo que el Bierzo quiere es ser provincia

En el Bierzo, como en casi cualquier otro territorio, conviven varios sentimientos de pertenencia. El deseo de incorporarse a Galicia como una quinta provincia no es el mayoritario, aunque sí el más recurrente y el que más se hace oír hacia afuera. Aún resuenan en el Parlamento gallego los ecos del último debate suscitado por el Benegá con su propuesta para que la comunidad gallega "no cierre las puertas" a la posibilidad de que la comarca berciana pueda algún día ser, política y administrativamente, territorio galaico. PP y PSOE votaron en contra de la proposición nacionalista que, aún en el caso de haber sido aprobada, no habría pasado de ser un brindis al sol. O un guiño a unos vecinos con los que la Galicia interior tiene de siempre una especial relación y hasta un cierto parentesco. Que nos lo digan a los valdeorreses.

Los bercianos son antes de nada bercianos. Tienen un arraigado sentido de la identidad. Se consideran distintos a sus vecinos, empezando por el resto de los castellano-leoneses. También se creen diferentes a los gallegos, ojo, por más que determinados sectores sociales, y sobre todo culturales, se afanen en cultivar los vínculos de afinidad con Galicia aprovechando la conexión idiomática. Es cierto que una parte de la población, la que habita en las zonas más próximas a los límites galaicos, habla o al menos entiende el gallego, que desde tiempo inmemorial ha contaminado su castellano. La manera en que utilizan la lengua de Cervantes en poco o nada se parece a la de Valladolid, Salamanca o incluso León. Algo parecido ocurre con sus tradiciones culturales o con sus costumbres, nada mesetarias.

De siempre, el Bierzo ha querido ser provincia, tener personalidad jurídico-política propia más allá del reconocimiento de su singularidad como comarca natural. Mas bien quiere volver a ser provincia, porque ya lo fue hace dos siglos dentro de la "Región Leonesa", con Ponferrada, por pujanza económica, y Villafranca, por razones históricas, disputándose la capitalidad. La efeméride es en parte la justificación que esgrime ahora la Coalición por el Bierzo para volver a poner sobre la mesa un viejo debate, que a algunos se les antoja con reminiscencias cantonalistas y que para otros reviste un halo romántico, respetable pero con cierto olor a rancio, a pesar del progresismo militante de quienes actualmente agitan la bandera del bercianismo. 

En el propio Bierzo los leonesistas, aunque no se manifiesten, tienen probablemente tanto o más peso real que los partidarios de integrarse en Galicia. Reivindican para la comarca, dentro de la provincia de León, un estatus especial. Reclaman un justo reconocimiento a su peso demográfico y económico, un trato preferencial del que ahora carecen y que, de haberlo logrado en algún momento tal vez, habría evitado que aflorase y se fuera consolidando el sentimiento de agravio que a su vez constituye el sustrato donde germinan las ansias "arredistas" de quienes propugnan para el territorio berciano una suerte de derecho a decidir. Como incorporarse a Galicia supondría un enorme guirigay jurídico y politico, es probable que convertirse en la décima provincia de Castilla y León sea, como mal menor, la única solución aceptable por las diferentes corrientes del bercianismo. No parece fácil, pero no tiene por qué ser imposible.

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