Opinión

Los astados unidos

En uno de mis viajes, me encontré en Barajas con un exministro de la época de la transición política, al que conocía de antiguo, de suerte que la conversación entre nosotros surgió con espontánea naturalidad, mientras esperábamos enlazar con nuestros respectivos vuelos. Sin que mi interlocutor revelara secreto de Estado alguno ni la discreción obligatoria sobre las deliberaciones de los consejos de ministros a los que asistió (bordeada discretamente), me contó un buen montón de cosas interesantes y, en buena medida, inéditas. Yendo de aquí para allá en nuestra charla llegamos a un curioso episodio del franquismo: Parece ser que había dos ministros, muy próximos al Caudillo, quienes, por compartir la misma cruz, eran conocidos malévolamente como “los astados unidos”. Eran los tiempos de la autarquía y se intentaba negociar con los Estados Unidos y el Vaticano, acuerdos de amistad y Concordato respectivos.

La figura taurina con que se definía a los dos relevantes personajes traía causa de la compartida condición de sus respectivas señoras, al parecer algo casquivanas, con la notable incomodidad de que la cosa era bastante pública. Por lo visto, enfrascados en los asuntos de estado, los dos personajes no dedicaban el tiempo requerido a atender el débito conyugal, de suerte que sus respectivas buscaban el abrigo y el consuelo de otras playas. El asunto adquirió tales dimensiones de escándalo, pese a la forzosa sordina que las condiciones del caso imponían, que el propio Caudillo tomó cartas en el asunto, determinando que las dos hijas de Venus precisaban del sanador recogimiento, por lo que se dispuso procurarles la adecuada asistencia espiritual, en forma de retiro preceptivo, que las recondujera por el camino de la paz matrimonial. Para tan delicada misión se escogió una institución en pleno desarrollo, con la seguridad de que, tras el adecuado tratamiento, ambas se pondrían en el mejor camino, y nunca mejor dicho.

Pese a que el dúo de damas compartía idénticos ardores, uno de los casos era especialmente grave, puesto que se contaba que afectaba a buena parte de la dotación de nuestra flota, siendo la otra causahabiente de más variada y diversa atención. Fue mano de santo. La medicina y la advertencia del general obraron el milagro. Los furores remitieron, la promiscuidad desapareció, la pasión dio paso a la piedad; al desorden sucedió el comedimiento. Los “astados unidos” dejaron de serlo. Al menos eso de dijo. El precepto del matrimonio cristiano y español se cumplió a rajatabla. Pero la historia dejó una secuela mayor, ya que, complacido con la eficacia reparadora de la institución mediadora, sus hombres iban a adquirir en las siguientes décadas relevancia notable en los puestos de gobierno, bajo la especial protección de uno de los dos varones a quienes tanta paz habían deparado.

En cambio, cayeron en desgracia otros menos piadosos. Tal fue el caso del Girón de Velasco, ministro de Trabajo y personaje que años después se atrincheraría en su famoso bunker. Algunos “meapilas” del régimen se quejaron a Franco de que el luego llamado “León de Fuengirola” llevaba una vida algo licenciosa. Pero el general ferrolano aplicaba diversa vara de medir, según el interfecto acusado estuviera o no soltero. Girón se defendió arguyendo de que su soltería le permitían sus devaneos con diversas amigas. En sus confidencias a su primo Franco Salgado, el Caudillo le cuenta el lance y la explicación del acusado. Franco lo absolvió con esta frase: “Con tal de que cumplan, yo no pido a mis ministros que se la cojan con papel de fumar” (sic).

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