Opinión

VERANO INDIO

H ace escasos días daba comienzo el otoño, una estación que muchos asocian a sentimientos como la melancolía o incluso la tristeza, en contraste con su predecesora en el calendario, el verano, que se relaciona directamente con la exhibición de los cuerpos, el tonificante sol y un 'algo' estimulante que parece flotar en el aire. Está claro que en otoño las horas de sol se reducen y esto parece afectarnos a todos en mayor o menor grado, pero todas las estaciones tienen su encanto, máxime si uno vive en Ourense, donde esos meses otoñales ofrecen una alternativa colorista y llena de matices frente al verde ya sin brillo del estío.

En esto de las estaciones, como en todo, la cosa va en gustos. Personalmente creo que Pontevedra encuentra su auténtica personalidad en verano, cuando los días crecen, el sol pierde su timidez y los vecinos de las mil y una playas de nuestras costas engalanan sus arenales para recibir la inminente avalancha de turistas.

Por contra, Ourense exhibe lo mejor de sus galas en esta estación otoñal, cuando los ocres, dorados y rojos intensos de las hojas de los árboles se entrelazan con el verde natural de nuestra geografía, ofreciendo un espectáculo difícil de superar en cuanto a paleta de colores y que para muchos estados norteamericanos ha supuesto una seña de identidad que han convertido -en postales, en reportajes fotográficos, incluso a través del cine- en foco de atracción turística.

Se trata del denominado 'indian summer' o verano indio, del que Ourense puede, como de muchas otras cosas, presumir. Así como de esos productos gastronómicos -la castaña, el cerdo, el jabalí,...- que encuentran en esta provincia su mejor chef en cualquier restaurante o casa particular durante esta época del año.

Bienvenido, por tanto, otoño, la estación de los mil colores y otros tantos sabores, la estación, también, del verano indio.

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