Opinión

Papeles del abuelo visionario

El Viejo Milenario ojea con esmero los escritos que su abuelo salvó de la quema de documentos y libros que comprometían la seguridad de su familia y, por supuesto, la de él mismo. El régimen nacido el 1 de abril de 1939 reprimía con saña cualquier sospecha de contestación o crítica. Docenas de miles de republicanos habían pagado con la cárcel, el exilio o la muerte su vinculación con las libertades y la democracia y por ello había que ser muy cautelosos para evitar ser víctima de la represión brutal fascista. El Viejo Milenario cree que ahora, ante el auge de la ultraderecha, es el momento de escribir sobre la vida y obra de un hombre excepcional que murió tras una cruel enfermedad, después de dedicar su vida a la enseñanza y a la defensa de los derechos humanos.

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Manuel Sueiro Iglesias procedía de una familia humilde, lo que le impidió acceder a una formación académica en los primeros años de su vida. Siendo casi analfabeto abandona el hogar familiar en la aldea de Limeres (Pontevedra), desplazándose a Ourense para trabajar de carpintero. Su tesón por acceder a una sólida formación le fuerza a simultanear sus estudios con el trabajo de ebanista y con la atención a la familia. En el año 1915 consigue el título de maestro, desplazándose a Verín, donde funda su primera academia (el prestigioso escritor Taboada Chivite, en el obituario de la muerte de M. Sueiro, así lo menciona). Con posterioridad se traslada a Ourense y funda la Academia General ubicada en la calle Libertad, centro que se inspiró en la Institución Libre de Enseñanza, que seguía las pautas de la filosofía krausista. Sus alumnos procedían de todas las capas sociales y los más humildes recibían enseñanza gratuita. Políticamente se significó como otros muchos republicanos ondeando la bandera tricolor desde el balcón del Ayuntamiento de Ourense el 14 de abril de 1931, estando afiliado al Partido Radical Socialista (del que eran dirigentes Marcelino Domingo, Álvaro de Albornoz, Victoria Kent...) También colaboraba con la Asociación de Trabajadores de la Enseñanza Orensana (ATEO). La sublevación militar lo sorprende en la aldea materna; un grupo de Falange se desplaza varias veces desde Ourense para detenerlo sin aportar documento alguno por lo que no consiguieron que la Guardia Civil les acompañara, evitándose que fuera asesinado. Cabe recordar el asesinato de Eduardo Villot Canal, maestro en el colegio de M. Sueiro, ejecutado en el Furriolo por orden gubernativa.

Después de estar dos años fugitivo, M. Sueiro se entrega personalmente a la Guardia Civil, siendo encarcelado el 28 de abril de 1938. El año de su detención muere en la batalla del Ebro su hijo Francisco, hecho que le llena de dolor que refleja escribiendo un extraordinario poema. Terminada la contienda, su enfermedad y la sanción de inhabilitación le mantienen apartado de la actividad docente hasta su muerte el 31 de enero de 1962. Con la llegada de la democracia sus antiguos alumnos organizan un homenaje al que asistieron representantes de todos los partidos e instituciones, entre ellos el alcalde de Ourense, López Iglesias; el delegado de Educación, Pérez Barreiros; Celso Montero, Antonio Rodríguez, Santiago Álvarez. Pronunciaron emotivos discursos exalumnos: entre otros el prestigioso doctor José Fernández Rodríguez, el juez Luis María Villarino, el padre Silva... su memoria es recordada hoy en la plaza que lleva su nombre, así como en el colegio público de As Lagoas.

Entre los escritos que celosamente guarda el Viejo Milenario hay uno firmado el 23 de julio de 1939, recién acabada la guerra, titulado “Inconsistencia vital del, hoy, llamado Eje Roma-Berlín”, en el que después de un minucioso análisis predice el error de Italia en su pacto con la Alemania del Tercer Reich. Cree que el dominio de la germanía emergente se extendería por toda Europa y se aliaría con una Francia sometida. Solo los anglosajones se podrían comparar en fuerza y presencia con esa Alemania emergente. Un lujo el poder leerlo, con agradecimiento a los investigadores María Villarino, X. Manuel Cid y Julio Prada

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