Opinión

Reflexiones de un lector

Cierto día de un lejano octubre, recibí el libro ‘El crepúsculo de los filósofos’ del tremendo escritor italiano Giovanni Papini. Abrí sus páginas al albur y me encontré con un nombre: Arturo Schopenhauer. Dice Papini que la filosofía de Schopenhauer significó el bálsamo capaz de serenar los excesos del idealismo alemán. Al respecto escribe: ‘Fíchte, Schelling y Hegel habían sido los tres soberbios conductores de la juventud romántica y especulativa de Alemania. Sus sistemas fueron una sucesión de delirios dialécticos, de bacanales metafísicas, de fiestas dionisíacas del espíritu. Habían conseguido conducir a los corpulentos alemanes sobre las alturas inaccesibles del pensamiento, poniendo alas a sus corpachones repletos de cerveza’.


Dejando a un lado estas descripciones más o menos pintorescas, Schopenhauer puede ser interesante por lo que su pensamiento contenga de terapia del espíritu.


En su obra ‘El mundo como voluntad y representación’, la voluntad constituye la realidad absoluta. Una realidad que todo lo abarca y que todo lo domina. En el ser humano se manifiesta como deseo insaciable de dominio sobre los demás. Este deseo jamás se aquieta y constituye la raíz de nuestra infidelidad. Necesitamos atenuar, o erradicar, mejor, este egoísmo y serenar nuestras apetencias.


¿Cómo lograrlo? Mediante la renuncia y la entrega apasionada a los goces del arte, sobre todo de la música.


Decía Nietzsche: ‘Tenemos el arte para no morir a causa de la verdad’.



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