Opinión

Por caminos poco transitados

Quizá, hermano, tengas hartazgo de tantas páginas sobre Bob Dylan. Pero inevitablemente he de escribir sobre él. Crecí con sus canciones. Alguna vez lloré solitario con su voz cavernosa. "Vi pistolas y afiladas espadas/ en manos de niños,/ y es fuerte,/ muy fuerte,/ la lluvia que va a caer".

Te contaré de un concierto que me golpeó el alma. Era el 11 de septiembre de 1973, yo vivía en Amsterdam. Diluviaba en la ciudad y podías patinar por sus avenidas heladas. El concierto estaba anunciado en la mítica Sala Paradiso, un viejo cine convertido en templo del 'underground'.

Sucedió algo terrible aquel día. El hierático presentador encorbatado escupió aséptico, desde la pantalla del televisor: "Han matado al presidente Allende en Chile". Después pasaron imágenes del rostro amenazador de Pinochet.

Aquella noche había mucho silencio a la puerta del Paradise, la fila era lenta, larga y callada. Entonces no te daban entrada. Te estampaban un sello en el brazo.

Te lo juro, justo ahora veo salir a Bob a escena, camisa blanca, su chaleco de siempre y sus botas altas de piel de becerra. Sorpresa, no comenzó de inmediato. Todos pensamos que iba a recordar a Allende, quizá invitarnos a rezar, tal vez recitar un poema. Pues no. Se quedó inmóvil en el centro más de un minuto. Toda la peña quedó petrificada. Austero, sólo dijo: "Hoy es un día muy triste".

Después inició el concierto, enérgico y cálido. "A hards rain's a gonna, fall". "Vi a un recién nacido/ rodeado de lobos salvajes".
Los estribillos subían por mis vértebras como serpientes. El concierto fue vibrante, tierno y airado. Pasaron cerca de dos horas. Jamás vi tanto fervor pidiendo un bis. Fiel a su estilo, no lo hubo. Se quedó inmóvil como un espantapájaros, farfulló algo, creo que repitió "hoy es un día triste" y se fue.

A la salida, una colonia de chilenos repetía: "Desde hoy somos exiliados". Por el televisor veíamos a los tanques avanzar lentos por las calles de Santiago de Chile. Pensé en la Isla Negra chilena, Neruda volvería a escribir con su letra menuda: "Esta noche puedo escribir los versos más tristes". Alguien cantaba "Bella Chiao", el himno partisano.

Te cuento de Bob, cuántas madres de América pusieron su nombre a sus hijos. Siempre quiso andar de aquí para allá, como un soldado de fortuna a la búsqueda de su Itaca. Mejor, como un viejo gitano lorquiano que lidera su extensa caravana hacia el sur. Así, suele visitar con frecuencia a la vieja gitana para que le descifre su destino; a veces consulta el "I Ching" , el libro de las mutaciones; también a los astros para saber si su conjunción será favorable.
Pero te confieso algo, sus libros no me cautivan. Por ejemplo: "Tarántula", título que tomó del poema de su venerado Lorca -"la tarántula teje una gran estrella"-, es demasiado confuso, ambiguo y bíblico.

(Pienso, parece débil y vulnerable pero Robert Allen Zimmerman tiene la fuerza de Aquiles, la sagacidad de Ulises y el aura de William Blake. Qué vértigo, en estos últimos diez años ha dado un concierto cada dos días, tres a lo sumo. Toma nota, te dice: "Abandona el cómodo sillón en el que hoy puedes organizar tu existencia ante la pantalla y salta a los caminos. Por supuesto los menos transitados".)

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