Opinión

Allegro de primavera

Resuena por la geografía gallega el hermoso allegro de primavera de Vivaldi, mientras los restos calcinados de una versión futurista de la sonata de otoño de Valle Inclán, se desvanecen en la chimenea de Monte Pío. La imprenta de la historia de Galicia se ha quedado compuesta y sin esperpento electoral, y a los historiadores, los observadores, los finos analistas, los críticos que juntamos letras, ofrecemos consejos, practicamos vudú en las páginas de los periódicos, nos queda sólo el consuelo de profetizar quién podría haber sido el reencarnado y frustrado Don Ramón María, cuya mano mecía la pluma que parecía estar escribiendo con renglones torcidos. Ha quedado claro que Emilio Pérez Touriño no acepta el papel de un Marqués de Bradomín del siglo XXI, pero siguen quedando muy oscuras las razones que le han llevado a mantener el ‘buen camino’. Servidor puede imaginar muchas cosas, algunas de las cuales se las han soplado al oído amigos, entre comillas, naturalmente, con derecho a oreja del César. Pero las hojas de la margarita del Presidente nos han servido un no en bandeja, y las especulaciones ya no sirven para otra cosa que no sea alimentar el ego ‘ya lo decía yo’, o escribir el guión de una obra de cine negro. Lo que pudo haber sido, lo que nunca será, va a llenar durante unos días el vacío que dejan los estíos en la opinión pública y la opinión publicada, y hay pocas cosas que produzcan más melancolía que las inútiles reflexiones a balón pasado. El hipotético otoño electoral ha muerto, ¡descanse en paz!, y no será un servidor el que quiera mantener vivo, con respiración asistida, este asunto que ha acabado como otra ‘serpiente de verano’. Atengámonos a los hechos, concedamos al césar lo que es del césar, ¡apúntate un ocho, Touriño!, y aterricemos de nuevo en el presente, estos primeros días del resto de la vida de TP, en el que empiezan a escucharse anónimas voces, al paso del Presidente, exclamando: ¡cuídate de los idus de marzo! El incierto futuro ha empezado, y para aquellos que sigan mirando hacia atrás, corriendo el peligro de convertirse en estatuas de sal, le he pedido prestada a Bugs Bunny una frase que me acunó en mi infancia: ‘esto ha sido todo, amigos.


Beau geste, Touriño


Lo importante no es por qué lo ha hecho, sino que lo haya hecho. La cuestión no es que no haya corrido el peligro de caer en la legítima inmoralidad de adelantar elecciones, sino que, de una manera personal e intransferible, contra viento, marea, asesores, consignas de Madrid, sumas y restas de alquimistas electorales, avaricias inconfesables de poder, profecías de pan para hoy y hambre para mañana, haya mantenido la dignidad colectiva de este rincón del noroeste español al que llamamos Galicia. Confieso, padre, que me siento presidido por un señor que le pone las cosas muy difíciles a algunos medios de comunicación y a huevo a otros, y esa cuestión choca de frente contra el principio democrático de la igualdad de oportunidades. Pero esos agravios comparativos se convierten en meras anécdotas cuando hay que juzgar los hechos. Ése Emilio Pérez Touriño que inició una comparencia pública anunciando: ‘voy a agotar la legislatura’, dio el otro día un paso de gigante para pasar a la historia como un presidente, con mayor o menor acierto, naturalmente, pero de todos y para todos los gallegos. Me niego a hacer lecturas electorales aritméticas de tan sublime decisión, y me aferro a las lecturas éticas y, si me permiten, morales. Personalmente hablando, me parecía una inmoralidad la hipótesis de unas elecciones adelantadas al dictado del CIS, de los consultores de las entrañas de las ocas, de un Pepe Blanco que rumia ahora aquella cutre traducción de una vieja canción de los Rolling: no sé que pasa que lo veo todo negro. En plena crisis económica, física y psíquica, abandonar el barco galaico a la deriva, sería un comportamiento de ratas, indigno de seres humanos. Dos meses de brazos caídos, con un gobierno provisional buscando votos en vez de soluciones, quizá fuese un gran paso para las expectativas socialistas, pero desde luego era un paso atrás, sociológica y económicamente suicida para Galicia. Nunca, como en esta ocasión, había tenido más sentido para un inquilino de Monte Pío esa vieja frase de coger el toro por los cuernos. El toro negro, zaino de la crisis. Uno acepta la candidatura para presidir a un pueblo, intenta luego salir investido, no para caminar sobre las aguas, sino para hacer de socorrista permanente de todos y cada uno de los ciudadanos de su territorio. Uno jura o promete el cargo, no sólo para estar a las maduras del coche oficial, la nómina, las fotos y los privilegios del lugar que ocupa, sino también para las duras de un país sangrando por el paro y visitando psiquiatras bajo la espada de Damocles de la crisis hurgando en la depresión colectiva. Tras el gesto de Touriño manteniendo el tipo, sólo falta un BNG que deje de mirarse exclusivamente al ombligo, un PPdG que no se obsesione con la zanahoria electoral de marzo, y ponga su grano de arena para un consenso presupuestario, una etapa de grandeza tripartita, vamos, los tres juntos y revueltos, aunque sólo sea hasta enero, hombre, dejando de lado los cuentos y centrándose en las cuentas, a ver si me entiendes, para poder pintar un boceto de retablo de las maravillas genuinamente galaico. Me queda sólo una duda que ya nunca podré despejar: ¿qué habría hecho el pueblo gallego si Touriño adelanta, eh? ¿Habrían tragado los nacionalistas?, ¿habrían mantenido el voto todos los sociatas? ¿habría seguido todo igual, la izquierda con la izquierda, los nacionalistas con los nacionalistas, la derecha con la derecha, los boixos con el Barça, los ultras con el Madrid, los celtarras con el Celta, los chicos con los chicos, las chicas con las chi cas? Hemos averiguado que tenemos presidente; nos queda la esperanza de que el socio de gobierno y la oposición se sitúen a la altura de las circunstancias, pero nos quedará la duda eterna de si tenemos pueblo. Si la mayoría de los gallegos tenemos criterio propio. Si nos importa un huevo quién gobierna, cómo gobierna, hasta cuándo gobierna, con tal de que sea uno de los nuestros.


A vista de pájaro


A vista de pájaro, como contemplaron el otro día Zapatero, Touriño, Magdalena, mi tierra y la vuestra, no sé si se ven las cosas como desde los objetivos de las cámaras de un satélite. No sé si en torno a los lugares por el que hipotética mente llegará el AVE a distintos y distantes rincones de Galicia, se aprecian, desde un helicóptero, los rastros miserables que dejan al desnudo las fotos tomadas desde el espacio. Sólo sé que el tren de velocidad alta, ése que todavía llaman, no sé por qué, tren de alta velocidad, va a discurrir a través de tierra quemada, de tierras quemadas, para ser más exactos. Fotografía llegadas a un servidor remitidas desde algún lugar al borde del insondable cosmos, demuestran que allí por donde pasa, mejor dicho, por donde algún día pasará, a cámara menos rápida, por supuesto, el dichoso AVE galaico, casualmente coincide con el rastro implacable de los incendios forestales que han asediado mi tierra. ¿Estamos hablando de piromanía de Estado? No seré yo el que haga esa acusación sin la presencia de mi abogado. Estamos hablando, simplemente, de sorprendentes coincidencias que te hielan el corazón. Mismamente, otra de esas coincidencias reveladas desde el más allá cósmico, permiten contemplar que la expansión urbanística de Compostela se ajusta, casi milimétricamente, a la expansión de las áreas quemadas en torno a la ciudad del apóstol. La verdad es que los pájaros tienen mucha vista.



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