Opinión

Jaurías humanas

Sólo hay una cosa peor que un mundo sucio, que no se ducha, con caspa en las solapas de los Armani de sus dirigentes y esa estupidez genuinamente humana de los dirigidos, ¡míranos!, que en vez de oler con la nariz olemos con los ojos. De los Moisés Dueñas, de los Manolo Beltrán, de los Ricó, de esos ecce homos que están subiendo a sus calvarios con la corona de espinas del dopaje, me llega estos días un indescriptible aroma de compasión, mientras el populacho grita a su paso, en un alarde de ése valor que proporciona la pertenencia anónima a una de tantas ‘jaurías humanas’: ¡crucificadles, crucificadles! El auténtico e insoportable tufillo llega de los despachos, de los sermones de la montaña publicados en los periódicos, de los Pilatos que dirigen equipos ciclistas lavándose hipócritamente las manos, de ése tipo que nos comenta el Tour al lado de Perico, no sé como se llama, que se rasgaba públicamente las vestiduras ante dios, la historia y las cámaras de televisión. La gran ventaja de los escribas y fariseos de ahora, es precisamente esa, oye: que pueden montar sus repugnantes espectáculos ante millones de teleidiotas. La grandeur del Tour ha muerto. El espectáculo ha dejado de representarse en los legendarios olimpos, Alpe d’Huez, el Galibier, el Tourmalet, en cuyas metas nos aprendimos los nombres de los héroes que nos acompañaron en distintas etapas de nuestras vidas, y se monta ahora en la sórdida clandestinidad de una habitación de hotel, amargo hotel, donde los gendarmes manejados por hilos hurgan en la condición humana para reciclarlos en villanos. Ahora, Director, estamos aprendiendo los nombres de los burócratas, Christian Prudhome, el director de Tour, Patt McQuaid, el presidente de la UCI, y poco a poco olvidamos los nombres de los nuevos Bahamontes, los Merx, los Indurain, cuyas galopantes pulsaciones por minuto les permiten pisar moqueta, utilizar coche oficial, llevárselo crudo, como jefes de pista del gran circo de las dos ruedas.


Queremos espectáculos infrahumanos para televisarlos, para explotarlos, para montar inimaginables negocios, para disfrutarlos cómodamente sentados en nuestras butacas, pero nos rasgamos luego las vestiduras con el doping, el dichoso EPO que convierte en supermanes a seres humanos que sólo son hombres. Unos, los que dan positivo, puede que sean culpables, si acaba caducando su derecho a la presunción de inocencia, claro. Pero los otros, los organizadores, los ejecutivos de las televisiones, los medios de comunicación, los responsables de los equipos, los insaciables espectadores que devoramos las imágenes de la sangre, el sudor y las lágrimas con las que riegan los ciclistas las épicas etapas reina de montaña, somos cómplices camuflados bajo el hediondo barniz de la hipocresía. Dueñas, Beltranes, Ricós, hay centenares componiendo o interpretando hits musicales que invaden nuestras discotecas caseras. O escribiendo novelas que abarrotan las bibliotecas domésticas. O ejerciendo la política, haciendo parada y fonda en ‘los sitios de su recreo’, a ver si me entiendes, para discernir con mayor claridad los sinuosos caminos que llevan a la victoria. A estos otros presuntos ventajistas, que yo sepa, no les achuchan los fiscales, no les persiguen las leyes, no les linchan moralmente los espectadores, no los expulsan de sus paraísos las opiniones públicas y las opiniones publicadas. Il mondo cane, se hace de vez en cuando un lavado de cara ofreciendo sacrificios de chivos expiatorios a los dioses menores de la ética sintética, de la estética prefabricada, del bien y el mal sometidos a las leyes de la oferta y la demanda. ¡El Tour ha muerto! Ha estallado una nueva revolución francesa en la que se condena a la guillotina a los plebeyos y se hace la vista gorda con los aristócratas. El mundo huele a sudor rancio, a cloaca, mientras ofrece por televisión el tratamiento de limpieza en el pelotón de la legendaria carrera ciclista francesa.


Ensayo sobre el pesimismo


De parte de Zapatero, que el pesimismo no crea puestos de trabajo, oye. Al Presidente es que se le ha quedado el latiguillo, y llega un momento en que te hace pensar seriamente en esa nueva variable económica. El pesimismo es esa manía que tiene la gente ídem de ver las cosas por su lado malo, en vez de verlas por su lado bueno. Un pesimista, por ejemplo, es un tipo, generalmente antipatriótico, que en vez de alegrarse porque le han concedido una hipoteca, asunto que a su vez le permite tener una casa, eso si, en el aire, entra en depresión por anecdóticas subi das sucesivas de los plazos. Cuando un optimista se queda parado, ejemplo, le dice a la gente que está talmente de vacaciones, asunto que, en vez de despertar la desconfianza, ése mal de Estado, despierta la envidia de sus semejantes, que de mayores quieren ser como él, naturalmente. El pesimista, en cambio, cuando está de vacaciones se despierta todas las mañanas convencido de que en realidad se ha quedado en el paro. Cierto es, señores del jurado, que en el país de Zapatero los pesimistas no crearán empleo, pero es que los optimistas lo están destruyendo a marchas forzadas, a ver si me entiendes, que no sé yo lo que será peor. Fernando Martín, por ejemplo, era aquel optimista que le compró FADESA a aquel pesimista al que llamábamos Jove. Y luego, otra cosa, oye. ¿Qué hace un pesimista como Solbes al lado de un optimista compulsivo como Zapatero, eh? A lo mejor es que detrás de un gran optimista debe haber siempre un gran pesimista, como detrás de un gran hombre siempre ha habido una gran mujer. El caso es que, cada equis días, alguien le ponen delante una alcachofa a Zapatero y se le escapa un exorcismo a los pesimistas. ¡Coño, que empiece por Solbes, que últimamente se pasa la vida tarareando aquella versión que hacían Los Salvajes de una canción de los Rolling: ‘no sé que pasa que lo veo todo negro’. Al Premio Nobel de Literatura luso, Saramago, le acusó un buen día un espontáneo de pesimista, en uno de esos coloquios que se organizan para fomentar la alianza de las civilizaciones. El autor del ‘Ensayo sobre la ceguera’, respondió sencillamente: ‘Yo no soy pesimista; lo que pasa es que el mundo esta hodido’. Podría ser perfectamente el prólogo de una nueva obra: ‘ensayo sobre el pesimismo’. Que conste en acta que Zapatero podría responderle algo parecido a este humilde columnista: ‘yo no soy optimista; lo que pasa es que España se está hodiendo’. Pero, chico, tal como les están saliendo las cosas a los empresarios optimistas, la verdad, servidor se fía más de los empresarios pesimistas, que no crearán empleo, pero por lo menos tampoco lo destruyen. A ver si por una vez va a tener razón Gala, y un pesimista resulta que sólo es un optimista bien informado. El dilema, pues, no es si Zapatero es un optimista, sino si está bien informado. Por mucho menos de lo que está haciendo y diciendo estos días Zapatero, creo Voltaire su inmortal personaje de Cándido.


El ausente


Ha pasado la Ministra de Igualdad por Galicia, con luz, taquígrafos y Touriño, y Quintana con esos pelos, sin una invitación, en Babia, preguntándose todavía ¿qué he hecho yo para merecerme esto? Nada más y nada menos que el titular de la Vicepresidencia de Igualdade, como reza el departamento de Anxo Quintana, je, por decreto de Méndez Romeu e imposición de la Policía Autonómica (esa palabra le costó el cargo a Antón Losada), ha sido excluido del comité de recibimiento de la señora ministra de la cosa. Está claro que Touriño quiere ser el niño en el bautizo, el novio en la boda, el muerto en el entierro, el todo en la nada o la nada en el todo...





Te puede interesar