Opinión

Paisaje después de Babel

Hay un antes y un después de la caída de las Torres Gemelas, como habría habido un antes y un después del célebre desplome bíblico de la Torre de Babel, si hubiese sido televisado urbi et orbi, claro. No se cayó sólo el World Center, sino una manera de vida, con su dios dollar, su olimpo en Wall Street y su Tío Sam, como imagen intocable de un cielo protector cimentado sobre el poder de los hombres sobre los hombres. Siete años después de haber contemplado con nuestros ojos que polvo somos y en polvo podemos convertirnos en pocos minutos, los daños colaterales de la eterna guerra de los mundos siguen reproduciéndose en cadena en el onírico ‘planeta azul’. En el paisaje después del Babel de Manhatan, se desploman las Bolsas, se disparan los ‘ipecés’, afloran los diagnósticos de anorexias bancarias y desafinan las maniobras orquestales en la oscuridad de las entidades financieras. Una nueva generación de vampiros nos chupa la nueva sangre, esa a la que llamamos petróleo, que todavía corre por las venas y alimenta los capilares del sistema en el siglo XXI. Siete años antes, nos resultaba sencillo depositar nuestra confianza en los Jedis y maldecir a los Lord Sith que nos servían en bandeja las cadenas de televisión universales y nacionales. Ahora, Director, resulta extremadamente complicado saber cuál es el lado oscuro y el lado luminoso de la Fuerza. Sólo sabemos que están en guerra, que no van ganando los buenos ni están perdiendo los malos y que, en medio de la refriega, miles de millones de extras de la película, ¡oh, los vulnerables seres humanos!, se acuestan todas las noches sin el triste consuelo de poder susurrarle a un dios, aunque sólo fuera un dios de carne y hueso, hombre: ¡hasta mañana sin tu quieres! Para una inmensa mayoría de residentes en el llamado primer mundo, sólo hay mañana si quiere la banca, si Trichet no sube el precio del euro, si la OPEP no manipula los flujos del petróleo, si la empresa que le paga su nómina no se declara en quiebra, si no queda contaminado con el SIDA socioeconómico del paro, si el euribor no le sube su hipoteca un poco más que el día anterior pero menos que el siguiente. Como además los Jedis, los Zapateros, los Sarkocy, las Merkel, gente así, van perdiendo deprisa y sin pausa sus poderes, ya no queda en quién encomendar nuestros espíritus. Del mañana del segundo, y el tercero, y el cuarto y los mil y un otros mundos, ya ni te hablo, director, teniendo en cuenta que las imágenes valen mil palabras. No es que estemos en crisis, es que somos una crisis en nosotros, por nosotros mismos, y el problema no consiste en esperar a que cambien las circunstancias para que vuelva nuestro modelo de vida, sino en que cambie nuestro modelo de vida para depender más de nosotros mismos que de las circunstancias. Ortega nunca dijo que el hombre fuese sus circunstancias y él, sino algo parecido pero alterando el orden de los factores, él y sus circunstancias, asunto que, a mis escasas luces, puede alterar ostensiblemente el producto.


El big bang de Quintana


Ha cogido Anxo Quintana, y ha propuesto un big bang a la gallega. Lo ha hecho en Cataluña, entre incomprensibles abucheos del separatismo contra el tripartito, un gobierno a tres que lleva meses tensando la cuerda entre el Palau de la Generalitat y La Moncloa. Lo ha hecho, coincidiendo con la inauguración en Suiza del túnel acelerador del partículas, un lugar excavado en las entrañas del planeta en el que quieren recrear un pequeño big bang a imagen y semejanza del genuino gran big bang que dio origen al tiempo y el espacio. Lo que propone Quintana es un choque de diputados, socialistas, populares, nacionalistas galaicos, todos a una, entrando en colisión con sus homólogos de la Carrera de San Jerónimo. Estas cosas, en el principio del tiempo, en la propia Suiza, sólo han ocurrido con partículas, con el resultado en simetría y proporciones que ahora conocemos como cosmos. Ahora, con seres humanos, chico, no sé si no acabaríamos haciendo un pan con una ostias. Lo que pasa es que los big bangs nunca son lo que parecen al principio. Todo empieza con un caos, un proceso de expansión y difusión descontrolada, un viaje hacia la nada infinita. Pero, al final, se instala un nuevo orden, nuevas formas de convivencia, galaxias, soles, planetas girando alrededor de ellos, cielos estrellados, satélites naturales, orbitas, leyes de la gravedad, atracción de masas. El problema de los big bang sociológicos, los padecen las generaciones contemporáneas, oye, digiriendo sus incontrolables miedos a los desconocido inherentes a la condición humana. Pero nunca nada sabemos si es peor que lo anterior ni mejor que lo que pueda venir. Sólo es diferente. Sólo es el comienzo de otra fase. Sólo es la recogida de un testigo en la larga carrera de relevos a la que llamamos histo ria. Servidor ni quita ni pone big bang de Quintana, que para eso existen constituciones, leyes, mayorías y minorías, referendos, urnas, teorías sobre soberanías populares y más palabrejas de esas que conforman la liturgia oral de esa religión a la que llamamos democracia. Ahora, también te digo una cosa: no seré yo el que se rasgue las vestiduras ante las proposiciones hechas en voz alta. Las palabras, que yo sepa, no matan; sólo matan las balas, esas malditas balas del nueve parabellum, por ejemplo, que llevan décadas silbando sobre nuestras cabezas. Los hombres pueden proponer, y las mayorías pueden disponer, deben dispo ner, por encima de esos tres poderes públicos que, dicen, emanan del pueblo: el legislativo, el ejecutivo, el judicial. El problema de los legislativos de ahora es que son digitales y dependientes de la paja y el pesebre; el problema de los ejecutivos es que son demagógicos e ilustrados, ver si me entiendes, gobiernan gracias al pueblo, parece que para el pueblo, pero pasando olímpicamente del pueblo hasta que las campanas de las urnas vuelven a tocar a arrebato; el problema de los judiciales es que van llenando el paisaje de privilegiados y agraviados, de Dejuanaschaos y de padres de Mari Luz, de réplicas animadas de aquel dibujo de Castelao que se lamentaba in illo témpore: ¡un padrenuestrito para que dios nos libre de la justicia! Una de Cal Por David Cal, ése gallego que ha adornado mi tierra con el oro y la plata de Pekín y Atenas, se me queda el corazón partío en dos pedazos. El uno sangra porque la Galicia Oficial no practica con él la parábola de los talentos: el sigue multiplicando los suyos, y la consellería de Cultura y Deportes sigue, erre que erre, dividiéndole las ayudas. El otro sangra por el deporte de base, las estrellas novas que no pueden brillar con luz propia ante una sociedad deslumbrada por sus soles, sus Nadales, sus Alonsos, sus Contadores, sus Gasoles, también sus Davidcales. En la oscuridad de los cielos de África, dicen que se distinguen con más nitidez y en mayor cantidad las estrellas.


Una de arena


Por el cabo Gago, ecce homo con el que la Armada española quiere dar un escarmiento, no me sale un artículo, sino una oración. Quieren robarle dos meses de libertad, que viene siendo robarle dos meses de vida, matarle sesenta días, vamos, por hablar de cómo y por qué habían perdido sus vidas, para siempre, dos marinos que compartieron con él grandezas, miserias y la maldita explosión en la fragata Extremadura, cuando el 2005 estaba a punto de darle la alternativa al 2006. Las palabras no llevan uniforme. Como mucho, pueden estar revestidas de verdad o de mentira. ¡Salvad al soldado Gago!



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