Opinión

Hay vida antes del AVE

Eduardo Punset rememora siempre un viejo grafitti que adornaba una calle de Nueva York en la década de los sesenta del siglo pasado: hay vida antes de la muerte. Ante una humanidad obsesionada con el más allá, este catalán errante en cuerpo y alma (él defiende la tesis científica de que el alma está en el cerebro), aprovecha cualquier ocasión para repetir esa cita anónima mientras nos reparte billetes para sus dos viajes literarios a los que nos ha invitado en los últimos tiempos: a la felicidad y al amor.


Creo, como una oración, que la inteligencia humana se basa en dos pilares fundamentales que se fabrican con una materia prima muy escasa: la humildad y la curiosidad. Y, a mis escasas luces, Eduardo Punset es la reencarnación de las minas del rey Salomón en ambas materias.


Si hablo de Eduardo hoy, no es por todo lo que le aprecio en la distancia y en el tiempo; ni porque en nuestros cortos, espaciados pero intensos encuentros, me enseñó la difícil asignatura de sentir respeto y admiración hacia algunos semejantes; ni siquiera porque me hizo comprender aquel hermoso verso de Machado en su autorretrato: ‘soy, en el buen sentido de la palabra, bueno’, que yo consideraba una poética utopía hasta que su persona se cruzó en mi camino. Hablo de Eduardo, porque invade mi cabeza cada vez que la osadía, la soberbia y la escasa curiosidad de tantos políticos me la deja vacía. Porque acabo de escuchar a Emilio Pérez Touriño, tras descender del olimpo de La Moncloa, y he vuelto a escuchar palabras huecas, gastadas, que rezuman codicia electoral por todas partes, que desprenden el desagradable aroma de la verdad apriorística y el penetrante olor a podrido de la mentira, ¡tantas mentiras!, que se diluyen en el tiempo, el espacio y la frágil memoria colectiva. No es culpa del presidente, sino de sus circunstancias orteguianas. Los partidos sólo son ya sociedades anónimas que exigen reparto de beneficios electorales cada cuatro años. La democracia está inmersa en un proceso de libre mercado de las ideas y las palabras, en el marco de esa religión del neoliberalismo en la que vale todo. Palabras vacías, como cheques sin fondo; frases hechas, como latiguillos contagiosos; eufemismos tecnócratas, en un plagio humano de la estrategia del calamar cuando expulsa chorros de tinta. Compromiso inequívoco, grado de ejecución, licitaciones, proyecto de Estado, 2012, 2012, 2012...


La maleta vacía He ido perdiendo tanta fe en las palabras, las pronunciadas, las escritas, que esta mañana de agosto, tras el punto final a esta hoja de ruta, me he ido a la orilla más cercana del mar y he introducido un sencillo mensaje en una botella: hay vida antes del AVE. No sé si para los políticos, pero estoy convencido de que la hay para los gallegos. Y me duele que en la maleta de nuestro presidente sólo haya cabido el juguete de ése Ibertren de velocidad alta al que seguimos llamando AVE. Y me desespera la ausencia de claras referencias a la reforma de Ley Electoral, ya saben, con la dignificación del voto emigrante. Y hecho de menos claras referencias a las dotaciones presupuestarias de una Ley de Dependencia que acumula una enorme lista de espera de desesperados. Y me hode que la comisión de seguimiento del dichoso AVE galaico la conformen Touriño y Magdalena, como jueces y parte, como lobos cuidando a los corderos condenados al silencio. Hay vida antes del AVE, insisto, por mucho que se empeñen en posponer nuestra existencia colectiva al día después, de un año cualquiera, en que quede solemnemente inaugurada la primera línea. Hay, parados, y trabajadores con la espadas de Damocles sobre sus cabezas, y empresas a punto de tirar la toalla, y pescadores con los días contados para convertirse en marineros en tierra, y pensionistas a los que les sube la tensión al mismo ritmo que el IPC, y jóvenes, entre los 25 y los 35, 13 mil de media al año, haciendo ya sus maletas para irse con sus sueños y sus esperanzas a otra parte. Mientras esperamos la llegada del dichoso tren, ¿qué hacemos con todas estas cosas, señor Presidente? Hay vida antes del AVE, y esperemos que la haya (no sé para cuántos), después) El problema surge cuando los Presidentes, sus colaboradores, sus compañeros de partido, sus entornos económicos, están centrados en que haya vida, política, por supuesto, después de marzo. Si llegamos a marzo, claro. Por eso las garantías que le ha ofrecido Zapatero a Touriño se aferran al 2009, a los días después de las urnas galaicas, cuando los hipotéticos incumplimientos o las posibles omisiones no tengan ninguna incidencia en las elecciones. La suerte de los gallegos estará ya echada, y luego quedan cuatro años por delante deshojando la eterna margarita, si, no, si no, de si el dichoso tren llegará puntual. Si no fuera una táctica tan extendida entre los gobernantes de todas las siglas a lo largo de todos los siglos, incluso podríamos estar lanzando cohetes en mi tierra ante las buenas nuevas virtuales que se ha traído TP del despacho de ZP. Lo único tangible, contrastable, visible e indiscutible que venía en equipaje de vuelta del inquilino de Monte Pío, qué quieres que te diga, es la foto.


Guerreros, sin reposo


Ahí están los españoles, medio en bolas en las playas, en pelotas en sus cuentas corrientes, haciéndose una pregunta en un inciso entre todas las interrogantes que les asedian estas vacaciones ante las incertidumbres que les aguardan cuando regresen a casa: ¿Pueden los presidentes, los ministros, los altos cargos de todos los ámbitos, estatales, autonómicos, irse de vacaciones en estas circunstancias? Hombre, no sé. Con el IPC al 5,3%, con el Euribor a 5,39%, con la tasa de paro repitiendo la hazaña de la selección española de fútbol: convertirse en la primera de Europa, no sé yo si la cosa está para reposos del guerrero, chapuzones en el Mare Nostrum, senderismo por las montañas asturianas, retiros espirituales en Doñana y cosas de esas. Nunca, como en esta ocasión, algunas fotos de nuestros altos dirigentes podrían herir más la sensibilidad del respetable público. En vacas gordas, no resulta chocante la figura del ministro o del conselleiro de guardia. Pero, claro, en vacas flacas, yo más bien diría en vacas anoréxicas, Zapateros, Touriños, Montillas, Chaves, Camps, Aguirres en traje de baño, con un bets-seller en las manos, empuñando un palo de golf, cosas así, sería prácticamente un insulto a la inteligencia democrática humana. No es cuestión de dejar a alguien de guardia por si surge una contingencia, oye, es que estamos en plena alarma roja.


Nuestra economía arde por los cuatro costados, como ardieron los montes de España hace un par de veranos, y todos los bomberos, desde los jefes a los subordinados, deben permanecer en su sitio. Hombre, que se tomen unos días, por turnos rigurosos, naturalmente, para airear esas mentes que, en los últimos meses, la verdad, han parido ideas, medidas, soluciones estériles. Pero inmediatamente a sus despachos, a intentar salvar el mayor número posible de hectáreas de esperanza colectiva seriamente amenazadas por las llamas. Cierto es, señores del jurado, que este pueblo suele tragar lo que le echen. Pero no sé yo si entendería que sus dioses les abandonasen a su suerte dos o tres semanas. Los cánceres, incluso los económicos, no pueden permitirse vacaciones terapéuticas. ¡A Dios rogando y con el BOE, el Doga, los diferentes diarios oficiales dando! Que Sonsoles y las distintas y distantes segundas damas del reino me perdonen.



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